Cuando una viaja seis horas desde Santa Fe hasta Buenos Aires de madrugada para llegar a las siete de la mañana a Retiro y luego deambular por la ciudad hasta las ocho de la noche, hora en que deberá tomar el colectivo para Salta con más de veinte horas de viaje; cuando el viaje hacia la meta final implica también que la elección del lugar para vacacionar permita no alejarse demasiado del sitio estratégico del recital; cuando una pisa por primera vez y sin querer aquel famoso estadio pintado de amarillo y azul y piensa que es realmente impresionante; cuando la gente hormiguea abajo mientras la caja de bombones estalla por los laterales; cuando de repente se apagan las luces y una voz demasiado conocida anuncia la entrada del grupo "Pereza" para "matar el aburrimiento"; cuando de repente otra vez las luces y de golpe ahí está y en el aire se saborea un "Tiramisú de limón" que suena delicioso; cuando un "Aves de paso" y un "Y sin embargo cuando..." me raspan en la garganta y me comienzan a humedecer la vista panorámica; cuando ahí está Joaquín por fin, Joaquín en Argentina, una vez más para tantos, pero no para mí, porque aquella es "la" vez en que por fin; cuando todo eso pasa, y ya pasó hace exactamente un mes, me quedo sabiendo, una vez más, que la alegría que suponen algunas cosas y algunos momentos, son universales, sí, pero sólo propios.