30 abril 2017

Masificados y enlatados



Después de escuchar las primeras noticias sobre las muertes y femicidios de todos los días, llega el momento de ensardinarse. La máquina chirría y la gente se prepara para el salto. Las puertas se abren, reciben a la masa de gente que empuja, aplasta, retuerce.
Los cuerpos de chicle se amoldan a la casilla. A veces alguno tironea y un pedazo de masa se desprende del resto. Sube, entra al horno y termina de desintegrarse.
También está lo bueno, lo mágico. Nadie sabe qué estás ahí, ni siquiera el chofer de la máquina. Alguien viaja en el vagón de al lado e ignora que estás. Ni vos ni el otro saben de sus respectivas existencias, no se vieron nunca las caras y, sin embargo, viajan juntos.
-Parecen sardinas, boluda, ¿viste?- le comenta un pibe a una piba, mientras mira cómo la máquina pasa repleta y los deja esperando en la orilla.
Se escucha un nuevo verbo con pronombre adosado: ensardinarse. Alguno dice, por ejemplo, “No pienso ir a ensardinarme a (nombre del lugar), ya me ensardino todos los días en el subte”.
La máquina frena en la última parada. Alguien abre la lata de sardinas . El aceite se expande sobre los rieles. Los lubrica y los prepara para el próximo viaje estelar de la máquina compresora.

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