"Yo soy de los que creen que con la poesía aprendemos a ser mejor gente. Creo en esa condición humanística de la poesía".
Buenos
Aires, 20 de enero de 2016
Por
Lucila Lastero
¿Por qué
escribís?
Supongo que para trascender el mundo
cotidiano, el mundo real. Para no quedarme atrapado en la realidad, para
encontrar otras maneras de estar en la realidad. La primera vez que leí un
poema, sentí que algo raro pasaba, algo extraño, y que esa música y esas
palabras, de alguna forma me alejaban del mundo. Y después podía volver, pero tener una llave,
una puerta para salir de la realidad, de eso que puede ser agobiante, siempre
es como muy tranquilizador. Desde chico descubrí, cuando leí ese poema, dije “yo
quiero hacerlo”, quiero tener la llave para escaparme del mundo y para después volver
al mundo de otra manera. Si no, pienso que es alienante, estar metido todo el
tiempo en la misma realidad.
Vos
decís que para escribir hay una locura necesaria. ¿Podés ampliar esa idea?
Porque nadie en frío, en estado de
cordura, se dedicaría a escribir versos. Los versos surgen cuando algo nos
conmueve, algo sale del límite de lo comprensivo y nos coloca en otro lugar. Entonces
nos enamoramos, necesitamos escribir versos; alguien nos abandona, también; vemos
un paisaje que nos conmueve… siempre es como la respuesta a una emoción
determinada. No es algo intelectual, la poesía. Surge de ahí. Allen Ginsberg dice
que el poema es una exhalación articulada. Por ejemplo yo veo un atardecer y
digo “Ah, qué atardecer…”, “qué hermosura…” Pero eso no es un poema. A ese “Ah”
del que habla Ginsberg después vos lo tenés que desarrollar en el poema, tenés
que darle versos e imágenes. Es la primera reacción ante un hecho determinado, y
en estado de frialdad nadie escribe versos.
A mí me gusta pensar así porque esa
temperatura te hace ver las cosas de otra manera. Puede ser temperatura o embriaguez,
como un estado de embriaguez que te hace confundir a veces el ahora con el
ayer, el hoy con el mañana…. Si no, todo está muy encasillado: Hoy es hoy, ayer
fue ayer, vos sos vos, yo soy yo. En la poesía todo eso se mezcla, los límites se
confunden un poco.
¿Vos en qué
etapa de tu vida comenzaste a escribir?
En la adolescencia. Casi inmediatamente
después de haber leído este poema, que me parece que era un poema de Gabriela
Mistral. Inmediatamente comencé a intentar imitar, volver a producir eso que
había leído. Tenía 15, 16 años. Comencé a leer también buena poesía, mala
poesía… como una cosa muy autodidacta, y solo fui armando mi propio gusto. Con el
tiempo habré conocido algunos amigos que me acompañaron, pero siempre que
recuerdo, está ahí la escritura, y sobre todo la escritura de poesía.
La
institución escolar, ¿tuvo algo que ver con tu gusto por la lectura y con tu
afición por la escritura?
Recuerdo una anécdota de la primaria,
cuando tenía 9 años. Era una tarde de
lluvia, -los días de lluvia generalmente no va casi nadie a la escuela, así que
éramos tres o cuatro -, y la maestra nos dio para hacer una composición tema
libre, y yo me acuerdo que escribí. Escribí algo y se lo mostré. Y fue el primer
10 (diez) que me saqué. El texto estaba lleno de marcas, de errores de
ortografía. Pero igual la maestra me dijo “por hoy, no le vamos a dar importancia
a eso; escribiste algo muy hermoso”. Yo nunca me olvidé. No me olvidé de lo que
sentí aquella vez y que podía volver a hacerlo. Creo que ella fue una maestra
muy inteligente al haber percibido que había algo como creativo ahí, y el resto,
con el tiempo, ya lo iba a aprender, que no era lo más importante.
¿Cómo
escribís? ¿Tenés algún ritual de escritura? ¿Alguna hora precisa, algún lugar
preciso?
Yo trato de tener siempre un estado como
de predisposición para la escritura. Rilke en Cartas a un joven poeta, dice que, si te vas a dedicar a la poesía,
tenés que armar las condiciones para que la poesía se produzca. Yo creo que armé
las condiciones, porque tengo casi todas las mañanas libres, y a mí me gusta
mucho escribir de mañana. Así que el solo hecho de despertarme y saber que, si
quiero, puedo escribir un poema, o por lo menos tengo el tiempo, eso me hace
muy feliz. Entonces leo, escribo algo, no siempre surge un poema. En realidad
los poemas que yo escribo surgen en períodos. Hay períodos en que doy con algo
y no paro de escribir uno detrás del otro, generalmente después caigo en una
especie de sequía, que puede durar meses, y ahí estoy otra vez leyendo,
preparándome un mate, volviendo a preparar las condiciones hasta que algo
vuelve a pasar. Me parece que es eso: armar las condiciones para la escritura y
siempre hay algo de misterio ahí, si no, uno escribiría todos los días, y uno no
puede escribir todos los días. No puede reproducir esa magia a voluntad, pero
puede intentarlo. Hay que intentar, intentar, y un día algo vuelve a pasar.
¿Qué poetas te
marcaron?
Tengo una gran admiración, un gran
agradecimiento hacia los poetas. Son mis amigos. Son los que me orientaron, me
abrieron una mirada sobre el mundo.
Leo a Borges desde muy joven, desde
los 14, 15 años, sin ninguna preparación, pero desde que abrí “Fervor de Buenos
Aires” y leí los primeros versos, algo me pasó. Después quizás lo pude leer a
Borges desde otro lugar. Pero yo sentía que estaba ante un maestro cuando pasó
eso.
Después me gustó mucho Gabriela Mistral,
también me gustaba mucho Machado, poetas latinoamericanos. Y después fui
armando mi propio gusto y conociendo a poetas contemporáneos como Pizarnik, por
ejemplo.
Me gustan mucho los poetas italianos,
como Sandro Penna, Pavese, Umberto Saba, Alda Merini, son poetas que leo y
admiro con una gran devoción.
Me gusta mucho Allen Ginsberg. Me
parece que nadie amó tanto el mundo como él, y trató de reunir todos los elementos
del universo, como si todo fuera una música, como si nada fuera mejor o peor,
nada que no fuera sagrado, todo lo era. Me conmueve mucho la mirada de
Ginsberg. Aprendo todo el tiempo de los poetas.
Y ahora, ¿qué estás leyendo?
Ahora estoy leyendo algo de
narrativa, porque estoy trabajando en un libro de cuentos. Un libro de cuentos
que vuelve a abordar el tema de la infancia y de la ciencia ficción. Así que
estoy leyendo autores de ciencia ficción, y entre ellos, al maestro de todos,
que es Bradbury.
Cuando yo era chico, a principios de
los años 70, el viaje a la luna, el viaje en el tiempo, las computadoras, eran
cosas que recién estaban comenzando a surgir y todos teníamos enormes fantasías
con eso. Entonces yo vuelvo a esa época en los cuentos.
Cada cuento es el relato de un amigo
mío de infancia que había descubierto algo muy singular. Son todos cuentos
fantásticos. Y ahí está otra vez la idea de la ciencia ficción en estos niños
para escaparse de una realidad hostil. Si alguien puede construir la máquina
del tiempo, está a salvo. Si alguien puede escribir un poema, que es la máquina
del tiempo, también está a salvo, porque puede de alguna manera detenerlo y eternizar
algo que de otra forma se perdería. La poesía también es una forma de ciencia
ficción.
En
tus poemas aparecen mucho los personajes de series infantiles. ¿Qué sentidos
tienen estos personajes?
En esa época no leía libros, veía
mucha televisión. Se ve que esas historias me quedaron muy grabadas, como la historia
del Coyote, la historia de Astroboy… Entonces cuando tuve que volver, y escribí
las novelas o los poemas, aparecieron estos personajes. En la novela Adoro, por ejemplo, el chico partenaire del narrador, tiene todos los
pelos en punta, como los personajes de dibujos animados orientales, y lo llamé
Astroboy.
Es como volver a un estado de
inocencia, y además trabajar con los recursos que a uno le son propios. Yo
vengo de una familia muy humilde, nadie escribía, nadie leía, entonces mi biblioteca
era la pantalla de televisión, yo no puedo armar otra cosa. Lo que a mí me
conmovía era ver a esos personajes, a Batman y a Robin. Me dieron una capacidad
de ficcionar tan grande, que creo que me perdí ahí, creo que encuentro mucha
belleza en ellos.
Hasta el día de hoy, en los post que
escribo en Facebook, generalmente el poeta es Batman. Batman está en la Baticueva
y se pone a reflexionar sobre un poema que escribió, sobre el oficio, y le da
sus consejos a Robin. A mí me divierte mucho porque hay humor y me permite
quitarle solemnidad al hecho literario, y volver a ese lugar de inocencia. Para
mí no se necesita ser un erudito para escribir poesía, sino tener oído para las
palabras y una sensibilidad especial para el mundo. Después, lo demás, se aprende
con lecturas, conociendo a amigos que escriben, pero si se pierde eso, se
pierde todo.
Hace poco di un taller en Corrientes
y la mayoría eran personas jóvenes pero pasaban los 20, 30 años. Y de golpe
había tres chicos de 16, 17 y 18 años que trajeron sus poemas. Y los que eran
más grandes creían que a esos chicos les faltaba mucho para estar en ese
taller. Y para mí esos chicos nos estaban dando una lección de inocencia por la
manera en que abordaban la poesía y que algunos de los otros, por ser demasiado
técnicos, habían perdido. Ahí me acordé de Violeta Parra y de “Volver a los 17”.
Me parece que un poeta siempre tiene que volver a sentir profundo, como un niño
frente a Dios, que es la única forma de escribir poesía: “volver a los 17,
después de vivir un siglo…”. No importa todo lo que hayas vivido y por todo lo
que hayas pasado; en el momento de escribir un poema, es necesario volver a ese
estado de inocencia y de fe en las palabras y en el mundo.
Vos
tenés muchos seguidores, sobre todo poetas jóvenes. ¿A qué creés que se debe
eso?
No sé. Yo siempre fui una persona muy
tímida y muy solitaria, pero gracias a la poesía me pude acercar a otra gente. Como
doy talleres de poesía, ahí puedo poner un poco en juego todo lo que pienso,
todo lo que me parece que es la poesía.
Lo que me gusta de la gente que viene
a mi taller es que es gente que está buscando su escritura. Y como yo estoy siempre
en ese lugar de búsqueda, se produce una empatía. Y estoy ahí para alentar, para
acompañar, para ver cómo van encontrando su escritura.
Yo soy de los que creen que con la
poesía aprendemos a ser mejor gente. Creo en esa condición humanística de la
poesía. Aunque sean poemas oscuros, el poeta le está dando a esa oscuridad una
forma, un sentido, y eso te permite de algún modo reelaborar algo que puede ser
una experiencia triste. Cada poeta nos enseña a comprender un poco más por qué
estamos acá, para qué. Sobre todo esta idea de la finitud, la idea de que es un
relámpago esto, y que algún sentido tiene que tener.
Un amigo dice que sin amor no se
puede escribir poesía. Sin amor tampoco se puede dar un taller de poesía.
Supongo que generaré algo así como afectuoso o alegre entre la gente, que hace
ver a la poesía no como un lugar de competencia sino como una experiencia vital.
Pero de verdad hay mucha alegría, yo
la paso muy bien, y me gusta generar otras cosas, como un ciclo de lectura, donde
se pueda conocer a otros poetas, ir a tomar algo, ir a comer. Estamos tan solos
en el mundo a veces, tan perdidos, que es bueno encontrar personas y lugares en
los que uno mínimamente no se sienta tan desolado.
¿Cuál
es tu experiencia con los talleres literarios? ¿Hace cuánto que dictás
talleres?
Hace mucho tiempo, 15 años o un poco
más. Me parece que yo era maestro antes de saber nada. Cualquier cosa que yo leía
o aprendía, enseguida se la enseñaba a mis compañeros de colegio o a mis
amigos. Enseguida armaba un aula. Creo que es una vocación, una capacidad de
empatía, de ubicarse en el lugar del otro. Tengo una voluntad didáctica muy
fuerte y una fe en eso. Creo que uno puede aprender mucho y, sobre todo, librarse
de un montón de ideas que solo te ayudan a no escribir. Y es creer que la
literatura es la cosa más difícil del mundo. Lo es; es difícil. Pero en
realidad hay que tener confianza en uno. Yo trato de transmitir esa confianza
en los talleres, y ese amor por la poesía, sobre todo. Cada vez que veo un
poeta, trato de transmitir mi deslumbramiento. Creo que es la única forma de
enseñar.