La gente sale del subte como un puñado de bolillas descoloridas, que se desparramó al chocar contra el piso la caja que las encerraba.
Se parecen al ganado bovino buscando su lugar en la fila de acceso al matadero.
La gran diferencia entre la gente y las vacas es que los animales no saben que los van a matar. La gente, sí. Por eso la mirada triste, siempre hacia abajo. Por eso el apuro.
Desde mi lugar en la fila, la escucho. Es una voz femenina fuerte, autoritaria. Sale de la ventanilla del medio en la sección de entrevistas para la VISA a los Estados Unidos. Dice "Lo siento mucho, su VISA no puede ser otorgada". El sentenciado gira para irse, apesadumbrado. Es un chico joven, bajito, muy morocho.
Me ataca otra vez ese sentimiento escandaloso, que me apaleó tantas veces en la vida, hasta casi matarme. El miedo atávico a ser rechazada. ¿En qué momento se me ocurrió intentar tramitar un permiso para viajar a los Estados Unidos? Como si no supiera sobre la rigidez las políticas de migración en Estados Unidos. Como si no supiera cómo soy yo, morocha, petisa, con cara de musulmana, de hindú y de indígena.
La vicecónsul en función de malvada es idéntica a Beatriz Sarlo. Así de bella, así de pomposa con su pelo completamente blanco y sus ojos cristalinos y profundos. La vicecónsul y Sarlo me inhiben completamente. Me recuerdan la debilidad de una simple e ignorante mortal ante la dueña de toda la belleza y la sabiduría de los años de estudio.
Por eso cruzo los dedos para que no me vaya a tocar con ella. Pero la sucesión de gente en una fila de acceso a cinco ventanillas es un foco candente de puro azar e imprevisibilidad. Me toca con la señora Beatriz.
Me hace las correspondientes preguntas. Sonríe mientras me dice que estoy aprobada. Salgo contenta y aliviada. Recién mucho más tarde, me doy cuenta de que aprobé la VISA y no un examen de Literatura Argentina. Algún día tendré que resignarme para siempre a mi ignorancia en la materia.
En Salta, los que tenemos auto rojo convivimos con el problema de que
nos paren por la calle creyendo que somos un taxi.
El jueves pasado, a las once de la noche, mientras pasaba con mi auto por
la calle General Güemes al 800, vi, como
tantas veces, el brazo en alto de una mujer. Como tantas veces, no paré, pero
alcancé a distinguir la figura de otra mujer que apareció por detrás de la
primera, de un manotazo se le prendió de la parte trasera del buzo y la tironeó
con fuerza. Asistí a las últimas imágenes de la pelea por el espejo retrovisor.
Eran dos chicas jóvenes. Una de ellas tironeaba y pegaba con más rabia; la otra
trataba de defenderse.
Paré. Estaba a unos metros y no alcanzaba a ver a las chicas por los
autos estacionados delante de ellas. Comencé a retroceder lento. Pensaba llamar
al 911 si lograba ver que la pelea seguía.
De repente vi que la chica que me había hecho señas (a esta altura ella
era “la agredida” y, la otra, “la agresora”) había cruzado la calle corriendo y
se había escondido detrás de una chapa vertical que protegía una obra en
construcción. Ahora estaba frente mío, a unos pocos pasos atravesando la calle.
Entonces decidí que no siempre tengo que ser tan lenta para reaccionar
ante las situaciones engorrosas. Tras un ramalazo de extraña lucidez, tuve una
idea: hacerme pasar por taxi. Toqué bocina y, cuando la chica me miró, hice un
gesto con la mano para que subiera. La chica llegó corriendo, pero cuando
estaba a punto de subir, apareció la agresora. Imaginé una escena en la que la
agresora se tiraba sobre los asientos delanteros de mi auto y nos agarraba a piñas y a arañazos a mí y a la chica agredida.
Pero nada de eso pasó. La agresora dijo algo, la agredida también dijo algo que
no alcancé a escuchar y luego subió al asiento de adelante. La chica agresora
dio media vuelta y se fue. Mi ahora copiloto estaba agitada y aterrorizada. Temblaba.
Comenzamos a andar y recién a las cinco cuadras pudo decirme dónde vivía. Era
para el otro lado.
-Gracias
por salvarme. No es la primera vez que me pega. Esa chica está loca. Hoy fue
peor. Parece que no tomó la pastilla - me dijo. Y fue lo único que pronunció
sobre el caso.
La dejé en la puerta de su edificio y me fui. Al llegar a casa, pensé en
que a veces está bueno ser un poco taxi. Durante el trayecto hasta mi casa, no pude
pensar en nada. Me costaba aferrarme al volante; temblaba.
Siempre la mirada del viejo pegada a mis piernas. Todas las mañana igual, los ojos puntiagudos trabándome el paso mientras camino hacia el colegio. Me da miedo. Pero si no uso el uniforme de pollera tableada y corta, la directora me reta.
La zona es desolada. Nada más que un trecho del camino, cruzar la ruta rápido, bordear el descampado, pero los ojos de rapiña del viejo. Podría asesinarme y tirarme entre los yuyos y nadie se enteraría.
Sobre los pastizales, al costado de la ruta, rondan los caranchos buscando los animales muertos.
Hoy no tengo Educación Artística pero traje la tijera. Como siempre, además de mí, nadie más que el viejo, mirándome. Me acerco. Un carancho se asusta y vuela agitando fuerte las alas. El viejo es un ave rapaz.
Mañana cuando pase, ya no estará el viejo en la silla. No estarán más sus ojos filosos. No quedará ni rastro de ellos entre los pastizales. Los caranchos los habrán devorado de un solo y brusco bocado.
"Yo soy de los que creen que con la poesía aprendemos a ser mejor gente. Creo en esa condición humanística de la poesía".
Buenos
Aires, 20 de enero de 2016
Por
Lucila Lastero
¿Por qué
escribís?
Supongo que para trascender el mundo
cotidiano, el mundo real. Para no quedarme atrapado en la realidad, para
encontrar otras maneras de estar en la realidad. La primera vez que leí un
poema, sentí que algo raro pasaba, algo extraño, y que esa música y esas
palabras, de alguna forma me alejaban del mundo. Y después podía volver, pero tener una llave,
una puerta para salir de la realidad, de eso que puede ser agobiante, siempre
es como muy tranquilizador. Desde chico descubrí, cuando leí ese poema, dije “yo
quiero hacerlo”, quiero tener la llave para escaparme del mundo y para después volver
al mundo de otra manera. Si no, pienso que es alienante, estar metido todo el
tiempo en la misma realidad.
Vos
decís que para escribir hay una locura necesaria. ¿Podés ampliar esa idea?
Porque nadie en frío, en estado de
cordura, se dedicaría a escribir versos. Los versos surgen cuando algo nos
conmueve, algo sale del límite de lo comprensivo y nos coloca en otro lugar. Entonces
nos enamoramos, necesitamos escribir versos; alguien nos abandona, también; vemos
un paisaje que nos conmueve… siempre es como la respuesta a una emoción
determinada. No es algo intelectual, la poesía. Surge de ahí. Allen Ginsberg dice
que el poema es una exhalación articulada. Por ejemplo yo veo un atardecer y
digo “Ah, qué atardecer…”, “qué hermosura…” Pero eso no es un poema. A ese “Ah”
del que habla Ginsberg después vos lo tenés que desarrollar en el poema, tenés
que darle versos e imágenes. Es la primera reacción ante un hecho determinado, y
en estado de frialdad nadie escribe versos.
A mí me gusta pensar así porque esa
temperatura te hace ver las cosas de otra manera. Puede ser temperatura o embriaguez,
como un estado de embriaguez que te hace confundir a veces el ahora con el
ayer, el hoy con el mañana…. Si no, todo está muy encasillado: Hoy es hoy, ayer
fue ayer, vos sos vos, yo soy yo. En la poesía todo eso se mezcla, los límites se
confunden un poco.
¿Vos en qué
etapa de tu vida comenzaste a escribir?
En la adolescencia. Casi inmediatamente
después de haber leído este poema, que me parece que era un poema de Gabriela
Mistral. Inmediatamente comencé a intentar imitar, volver a producir eso que
había leído. Tenía 15, 16 años. Comencé a leer también buena poesía, mala
poesía… como una cosa muy autodidacta, y solo fui armando mi propio gusto. Con el
tiempo habré conocido algunos amigos que me acompañaron, pero siempre que
recuerdo, está ahí la escritura, y sobre todo la escritura de poesía.
La
institución escolar, ¿tuvo algo que ver con tu gusto por la lectura y con tu
afición por la escritura?
Recuerdo una anécdota de la primaria,
cuando tenía 9 años. Era una tarde de
lluvia, -los días de lluvia generalmente no va casi nadie a la escuela, así que
éramos tres o cuatro -, y la maestra nos dio para hacer una composición tema
libre, y yo me acuerdo que escribí. Escribí algo y se lo mostré. Y fue el primer
10 (diez) que me saqué. El texto estaba lleno de marcas, de errores de
ortografía. Pero igual la maestra me dijo “por hoy, no le vamos a dar importancia
a eso; escribiste algo muy hermoso”. Yo nunca me olvidé. No me olvidé de lo que
sentí aquella vez y que podía volver a hacerlo. Creo que ella fue una maestra
muy inteligente al haber percibido que había algo como creativo ahí, y el resto,
con el tiempo, ya lo iba a aprender, que no era lo más importante.
¿Cómo
escribís? ¿Tenés algún ritual de escritura? ¿Alguna hora precisa, algún lugar
preciso?
Yo trato de tener siempre un estado como
de predisposición para la escritura. Rilke en Cartas a un joven poeta, dice que, si te vas a dedicar a la poesía,
tenés que armar las condiciones para que la poesía se produzca. Yo creo que armé
las condiciones, porque tengo casi todas las mañanas libres, y a mí me gusta
mucho escribir de mañana. Así que el solo hecho de despertarme y saber que, si
quiero, puedo escribir un poema, o por lo menos tengo el tiempo, eso me hace
muy feliz. Entonces leo, escribo algo, no siempre surge un poema. En realidad
los poemas que yo escribo surgen en períodos. Hay períodos en que doy con algo
y no paro de escribir uno detrás del otro, generalmente después caigo en una
especie de sequía, que puede durar meses, y ahí estoy otra vez leyendo,
preparándome un mate, volviendo a preparar las condiciones hasta que algo
vuelve a pasar. Me parece que es eso: armar las condiciones para la escritura y
siempre hay algo de misterio ahí, si no, uno escribiría todos los días, y uno no
puede escribir todos los días. No puede reproducir esa magia a voluntad, pero
puede intentarlo. Hay que intentar, intentar, y un día algo vuelve a pasar.
¿Qué poetas te
marcaron?
Tengo una gran admiración, un gran
agradecimiento hacia los poetas. Son mis amigos. Son los que me orientaron, me
abrieron una mirada sobre el mundo.
Leo a Borges desde muy joven, desde
los 14, 15 años, sin ninguna preparación, pero desde que abrí “Fervor de Buenos
Aires” y leí los primeros versos, algo me pasó. Después quizás lo pude leer a
Borges desde otro lugar. Pero yo sentía que estaba ante un maestro cuando pasó
eso.
Después me gustó mucho Gabriela Mistral,
también me gustaba mucho Machado, poetas latinoamericanos. Y después fui
armando mi propio gusto y conociendo a poetas contemporáneos como Pizarnik, por
ejemplo.
Me gustan mucho los poetas italianos,
como Sandro Penna, Pavese, Umberto Saba, Alda Merini, son poetas que leo y
admiro con una gran devoción.
Me gusta mucho Allen Ginsberg. Me
parece que nadie amó tanto el mundo como él, y trató de reunir todos los elementos
del universo, como si todo fuera una música, como si nada fuera mejor o peor,
nada que no fuera sagrado, todo lo era. Me conmueve mucho la mirada de
Ginsberg. Aprendo todo el tiempo de los poetas.
Y ahora, ¿qué estás leyendo?
Ahora estoy leyendo algo de
narrativa, porque estoy trabajando en un libro de cuentos. Un libro de cuentos
que vuelve a abordar el tema de la infancia y de la ciencia ficción. Así que
estoy leyendo autores de ciencia ficción, y entre ellos, al maestro de todos,
que es Bradbury.
Cuando yo era chico, a principios de
los años 70, el viaje a la luna, el viaje en el tiempo, las computadoras, eran
cosas que recién estaban comenzando a surgir y todos teníamos enormes fantasías
con eso. Entonces yo vuelvo a esa época en los cuentos.
Cada cuento es el relato de un amigo
mío de infancia que había descubierto algo muy singular. Son todos cuentos
fantásticos. Y ahí está otra vez la idea de la ciencia ficción en estos niños
para escaparse de una realidad hostil. Si alguien puede construir la máquina
del tiempo, está a salvo. Si alguien puede escribir un poema, que es la máquina
del tiempo, también está a salvo, porque puede de alguna manera detenerlo y eternizar
algo que de otra forma se perdería. La poesía también es una forma de ciencia
ficción.
En
tus poemas aparecen mucho los personajes de series infantiles. ¿Qué sentidos
tienen estos personajes?
En esa época no leía libros, veía
mucha televisión. Se ve que esas historias me quedaron muy grabadas, como la historia
del Coyote, la historia de Astroboy… Entonces cuando tuve que volver, y escribí
las novelas o los poemas, aparecieron estos personajes. En la novela Adoro, por ejemplo, el chico partenaire del narrador, tiene todos los
pelos en punta, como los personajes de dibujos animados orientales, y lo llamé
Astroboy.
Es como volver a un estado de
inocencia, y además trabajar con los recursos que a uno le son propios. Yo
vengo de una familia muy humilde, nadie escribía, nadie leía, entonces mi biblioteca
era la pantalla de televisión, yo no puedo armar otra cosa. Lo que a mí me
conmovía era ver a esos personajes, a Batman y a Robin. Me dieron una capacidad
de ficcionar tan grande, que creo que me perdí ahí, creo que encuentro mucha
belleza en ellos.
Hasta el día de hoy, en los post que
escribo en Facebook, generalmente el poeta es Batman. Batman está en la Baticueva
y se pone a reflexionar sobre un poema que escribió, sobre el oficio, y le da
sus consejos a Robin. A mí me divierte mucho porque hay humor y me permite
quitarle solemnidad al hecho literario, y volver a ese lugar de inocencia. Para
mí no se necesita ser un erudito para escribir poesía, sino tener oído para las
palabras y una sensibilidad especial para el mundo. Después, lo demás, se aprende
con lecturas, conociendo a amigos que escriben, pero si se pierde eso, se
pierde todo.
Hace poco di un taller en Corrientes
y la mayoría eran personas jóvenes pero pasaban los 20, 30 años. Y de golpe
había tres chicos de 16, 17 y 18 años que trajeron sus poemas. Y los que eran
más grandes creían que a esos chicos les faltaba mucho para estar en ese
taller. Y para mí esos chicos nos estaban dando una lección de inocencia por la
manera en que abordaban la poesía y que algunos de los otros, por ser demasiado
técnicos, habían perdido. Ahí me acordé de Violeta Parra y de “Volver a los 17”.
Me parece que un poeta siempre tiene que volver a sentir profundo, como un niño
frente a Dios, que es la única forma de escribir poesía: “volver a los 17,
después de vivir un siglo…”. No importa todo lo que hayas vivido y por todo lo
que hayas pasado; en el momento de escribir un poema, es necesario volver a ese
estado de inocencia y de fe en las palabras y en el mundo.
Vos
tenés muchos seguidores, sobre todo poetas jóvenes. ¿A qué creés que se debe
eso?
No sé. Yo siempre fui una persona muy
tímida y muy solitaria, pero gracias a la poesía me pude acercar a otra gente. Como
doy talleres de poesía, ahí puedo poner un poco en juego todo lo que pienso,
todo lo que me parece que es la poesía.
Lo que me gusta de la gente que viene
a mi taller es que es gente que está buscando su escritura. Y como yo estoy siempre
en ese lugar de búsqueda, se produce una empatía. Y estoy ahí para alentar, para
acompañar, para ver cómo van encontrando su escritura.
Yo soy de los que creen que con la
poesía aprendemos a ser mejor gente. Creo en esa condición humanística de la
poesía. Aunque sean poemas oscuros, el poeta le está dando a esa oscuridad una
forma, un sentido, y eso te permite de algún modo reelaborar algo que puede ser
una experiencia triste. Cada poeta nos enseña a comprender un poco más por qué
estamos acá, para qué. Sobre todo esta idea de la finitud, la idea de que es un
relámpago esto, y que algún sentido tiene que tener.
Un amigo dice que sin amor no se
puede escribir poesía. Sin amor tampoco se puede dar un taller de poesía.
Supongo que generaré algo así como afectuoso o alegre entre la gente, que hace
ver a la poesía no como un lugar de competencia sino como una experiencia vital.
Pero de verdad hay mucha alegría, yo
la paso muy bien, y me gusta generar otras cosas, como un ciclo de lectura, donde
se pueda conocer a otros poetas, ir a tomar algo, ir a comer. Estamos tan solos
en el mundo a veces, tan perdidos, que es bueno encontrar personas y lugares en
los que uno mínimamente no se sienta tan desolado.
¿Cuál
es tu experiencia con los talleres literarios? ¿Hace cuánto que dictás
talleres?
Hace mucho tiempo, 15 años o un poco
más. Me parece que yo era maestro antes de saber nada. Cualquier cosa que yo leía
o aprendía, enseguida se la enseñaba a mis compañeros de colegio o a mis
amigos. Enseguida armaba un aula. Creo que es una vocación, una capacidad de
empatía, de ubicarse en el lugar del otro. Tengo una voluntad didáctica muy
fuerte y una fe en eso. Creo que uno puede aprender mucho y, sobre todo, librarse
de un montón de ideas que solo te ayudan a no escribir. Y es creer que la
literatura es la cosa más difícil del mundo. Lo es; es difícil. Pero en
realidad hay que tener confianza en uno. Yo trato de transmitir esa confianza
en los talleres, y ese amor por la poesía, sobre todo. Cada vez que veo un
poeta, trato de transmitir mi deslumbramiento. Creo que es la única forma de
enseñar.
Panorama
Interzona. Narrativas emergentes de la Argentina, de Elsa Drucaroff (comp.) Buenos
Aires: Interzona Editora, 2012. 310 páginas.
Lucila Rosario Lastero
En
los últimos tiempos han surgido, en el espacio nacional, escrituras cuyos
autores rondan entre los 20 y 40 años y cuyas características estilísticas y
temáticas son novedosas y, en algunos casos, transgresoras. Sin llegar a
conformar un núcleo en el que se identifiquen verdaderos rasgos de semejanza,
se puede observar en estas producciones, sin embargo, algunas herencias
predominantes, que actúan a la manera de ideosemas,
en términos de Cros.
Elsa
Drucaroff ha reunido un grupo de textos que responden a estas características
y, estableciendo continuidad con su anterior publicación Los prisioneros de la torre. Política, relatos y jóvenes en la
postdictadura,ha producido un
“panorama”, como ella misma lo define desde el título, de creaciones
emergentes.La editorial propulsora de
la idea es Interzona, proyecto de reciente aparición, y cuya intención es
difundir literatura nueva e impulsar talentos antes ocultos.
La
selección incurre en la prevalencia de escritores de Buenos Aires, tanto de la
Capital como de la provincia. En sus biografías, se menciona que algunos
llegaron de otros países a integrarse a la vida bonaerense. Se suman a ellos un
escritor de Córdoba, uno de Mendoza, uno de Santa Cruz y dos de Chaco. La
exacerbada presencia de autores de Buenos Aires quizás deje latente el deseo de
que aquella mirada panorámica se hubiera extendido un poco más allá y hubiera
alcanzado a otros autores de provincias.
La
pregunta que sirve de eje a la selección es ¿qué escriben los jóvenes “después
de”? Ese “después de” se detiene básicamente en dos hechos fundamentales de la
historia argentina: la dictadura y la crisis del 2001. La autora explica, desde
el prólogo, que la búsqueda fue hecha considerando a autores nuevos, poco
conocidos, que ya comienzan a sobresalir pero que tienen pocas o ninguna
publicación. También precisa, en su introducción, lo que entiende por “narrativas” y postula el sentido amplio de la
narratividad. En efecto, si bien en la selección predominan los textos
narrativos, también hay poesía, teatro y crítica, y cada uno de ellos presenta
interesantes variaciones a los géneros tradicionales.
Panorama Interzona
se divide en bloques precedidos por un título y una breve explicación de la
temática conductora de los textos agrupados en cada segmento. Los títulos son
fragmentos de canciones de rock nacional -música tradicionalmente asociada con
los jóvenes, con la ciudad y con la política del país- que sugieren diversos
planteamientos. “Divina TV Führer”, “Jóvenes lobos quemándose de amor”, “Cuando
la mentira es la verdad” y “¿Qué escribe en mi pared la tribu de mi calle?” son
algunas de las frases que sirven de bisagra a las diferentes series de textos y
en los que se destaca la presencia de Los Redonditos de Ricota junto a, por
ejemplo, Divididos, Bersuit Vergarabat, Luis Alberto Spinetta. El rock como expresión
de la cultura juvenil y urbana se fusiona entonces con la literatura para dar
pie a ficciones que hablan desde una mirada crítica y abordan la violencia, los
medios masivos, el sexo, el exterminio, entre otros. Estas temáticas
recurrentes y resignificadas, que podríamos identificar como ideosemas, son denominados, ya en Los prisioneros de la torre, “manchas
temáticas” por Drucaroff.
Entre
estas narrativas emergentes transgénicas se destaca por ejemplo el texto de
Bruno Petroni que, en clave de ciencia ficción, se refiere al morbo promovido
por los medios masivos de comunicación con respecto a los cadáveres que
aparecen en la ciudad. Otro interesante análisis de los medios masivos se
despliega en “El casting”, de Sebastián Kirszner, dramaturgo considerado como
uno de los más importantes de su generación y ponderado por Jorge Dubatti.Hay textos que se detienen en las ausencias
familiares, como “Conversaciones”, de Azucena Galettini. Autores como Hugo
Salas y Eva del Rosario escarban en los secretos de la sexualidad y de las
relaciones homosexuales, hasta el punto de revelar la perversidad que ronda en
torno al sexo y sus expresiones. Entre las escrituras que incursionan en
imágenes escatológicas, nos encontramos con “Estaba meando”, de Federico Torres,
poesía provocadora que, además de transgredir la estética propia del texto
poético, incluye a Jesús como personaje, desmitificando completamente la figura
religiosa. Otra poesía desacralizadora es “El gaucho Martín Fierro”, de Oscar
Fariña, que revive en clave de lenguaje de la villa el clásico de José
Hernández.“Rodeo. Monólogo en tres
actos”, de Agustina Gatto, es una obra de teatro que le otorga la voz a un
gaucho nostálgico de tierra extranjera. En “Casa Choff, la lluvia del
invierno”, de Susana Campos, aparece el discurso sobre los montoneros y sobre
sus estrategias de ocultamiento y preservación en la época de la dictadura.
“Locutorio”, de Daniela Allerbon reúne en un mismo escenario urbano, el de las cabinas telefónicas, voces que dan
cuenta de dos conflictos alienantes: la inmigración y la desocupación. Como en
esta selección no faltan tampoco los textos críticos, Sebastián Hernaiz en
“Sobre lo nuevo: a cinco años del 19 y 20 de diciembre” analiza el fenómeno de
la literatura post 19 y 20 de diciembre y Sol Echeverría se refiere a los
textos publicados a partir de los 90 que discuten con el realismo, otorgándole
la impronta metatextual al panorama.El
apartado “Cuando la mentira es la verdad. Narrativas del saber” incluye
escritos que cuestionan el lugar de la teoría y la crítica en el análisis de la
cultura.
Panorama Interzona
es una apuesta a pensar cuáles son las nuevas escrituras que están surgiendo en
Argentina, a partir de un trayecto de lectura que aborda diversos estilos y
núcleos temáticos. Sin duda, este panorama, este punto de vista desde una
ventana, deberá volver a enfocarse dentro de algunos años, para detectar qué
cosas de ese paisaje quedaron, qué cosas siguen brillando -o brillan mejor aún-
bajo el sol de la literatura argentina.
La niña cree en el amigo imaginario, en el Ángel de la Guarda y en el duende del árbol, pero no cree para nada en Papá Noel ni en los Reyes Magos. Sabe que ellos no existen y que sí existen, en cambio, las cuentas que sus papás tienen que pagar. Sabe que tendrá un solo regalo chiquito. Que tendrá regalo, por suerte, y que no puede pedir nada más porque no se puede.
Papá Noel y los Reyes Magos son un invento más de la gente. Por suerte, sí existen papá y mamá y sus sueños de construir la casa propia.
La magia no se acabará por más que los Magos y los Noeles no existan. Ya habrá tiempo para otras fantasías y también para otras desilusiones.