26 diciembre 2016

Subte

La gente sale del subte como un puñado de bolillas descoloridas, que se desparramó al chocar contra el piso la caja que las encerraba. 
Se parecen al ganado bovino buscando su lugar en la fila de acceso al matadero.
La gran diferencia entre la gente y las vacas es que los animales no saben que los van a matar. La gente, sí. Por eso la mirada triste, siempre hacia abajo. Por eso el apuro.   

08 diciembre 2016

USA

Desde mi lugar en la fila, la escucho. Es una voz femenina fuerte, autoritaria. Sale de la ventanilla del medio en la sección de entrevistas para la VISA a los Estados Unidos. Dice "Lo siento mucho, su VISA no puede ser otorgada". El sentenciado gira para irse, apesadumbrado. Es un chico joven, bajito, muy morocho.
Me ataca otra vez ese sentimiento escandaloso, que me apaleó tantas veces en la vida, hasta casi matarme. El miedo atávico a ser rechazada. ¿En qué momento se me ocurrió intentar tramitar un permiso para viajar a los Estados Unidos? Como si no supiera sobre la rigidez las políticas de migración en Estados Unidos. Como si no supiera cómo soy yo, morocha, petisa, con cara de musulmana, de hindú y de indígena.
La vicecónsul en función de malvada es idéntica a Beatriz Sarlo. Así de bella, así de pomposa con su pelo completamente blanco y sus ojos cristalinos y profundos. La vicecónsul y Sarlo me inhiben completamente. Me recuerdan la debilidad de una simple e ignorante mortal ante la dueña de toda la belleza y la sabiduría de los años de estudio.
Por eso cruzo los dedos para que no me vaya a tocar con ella. Pero la sucesión de gente en una fila de acceso a cinco ventanillas es un foco candente de puro azar e imprevisibilidad. Me toca con la señora Beatriz.
Me hace las correspondientes preguntas. Sonríe mientras me dice que estoy aprobada. Salgo contenta y aliviada. Recién mucho más tarde, me doy cuenta de que aprobé la VISA y no un examen de Literatura Argentina. Algún día tendré que resignarme para siempre a mi ignorancia en la materia.          
   

31 octubre 2016

Taxi


En Salta, los que tenemos auto rojo convivimos con el problema de que nos paren por la calle creyendo que somos un taxi.

El jueves pasado, a las once de la noche, mientras pasaba con mi auto por la calle General Güemes al  800, vi, como tantas veces, el brazo en alto de una mujer. Como tantas veces, no paré, pero alcancé a distinguir la figura de otra mujer que apareció por detrás de la primera, de un manotazo se le prendió de la parte trasera del buzo y la tironeó con fuerza. Asistí a las últimas imágenes de la pelea por el espejo retrovisor. Eran dos chicas jóvenes. Una de ellas tironeaba y pegaba con más rabia; la otra trataba de defenderse.

Paré. Estaba a unos metros y no alcanzaba a ver a las chicas por los autos estacionados delante de ellas. Comencé a retroceder lento. Pensaba llamar al 911 si lograba ver que la pelea seguía.

De repente vi que la chica que me había hecho señas (a esta altura ella era “la agredida” y, la otra, “la agresora”) había cruzado la calle corriendo y se había escondido detrás de una chapa vertical que protegía una obra en construcción. Ahora estaba frente mío, a unos pocos pasos atravesando la calle.

Entonces decidí que no siempre tengo que ser tan lenta para reaccionar ante las situaciones engorrosas. Tras un ramalazo de extraña lucidez, tuve una idea: hacerme pasar por taxi. Toqué bocina y, cuando la chica me miró, hice un gesto con la mano para que subiera. La chica llegó corriendo, pero cuando estaba a punto de subir, apareció la agresora. Imaginé una escena en la que la agresora se tiraba sobre los asientos delanteros de mi auto y nos agarraba a  piñas y a arañazos a mí y a la chica agredida. Pero nada de eso pasó. La agresora dijo algo, la agredida también dijo algo que no alcancé a escuchar y luego subió al asiento de adelante. La chica agresora dio media vuelta y se fue. Mi ahora copiloto estaba agitada y aterrorizada. Temblaba. Comenzamos a andar y recién a las cinco cuadras pudo decirme dónde vivía. Era para el otro lado.

-          Gracias por salvarme. No es la primera vez que me pega. Esa chica está loca. Hoy fue peor. Parece que no tomó la pastilla - me dijo. Y fue lo único que pronunció sobre el caso.

La dejé en la puerta de su edificio y me fui. Al llegar a casa, pensé en que a veces está bueno ser un poco taxi.  Durante el trayecto hasta mi casa, no pude pensar en nada. Me costaba aferrarme al volante; temblaba.

23 septiembre 2016

LOS OJOS DE LOS CARANCHOS

Siempre la mirada del viejo pegada a mis piernas. Todas las mañana igual, los ojos puntiagudos trabándome el paso mientras camino hacia el colegio. Me da miedo. Pero si no uso el uniforme de pollera tableada y corta,  la directora me reta.

La zona es desolada. Nada más que un trecho del camino, cruzar la ruta rápido, bordear el descampado, pero los ojos de rapiña del viejo. Podría asesinarme y tirarme entre los yuyos y nadie se enteraría.

Sobre los pastizales, al costado de la ruta, rondan los caranchos buscando los animales muertos.

Hoy no tengo Educación Artística pero traje la tijera. Como siempre, además de mí, nadie más que el viejo, mirándome. Me acerco. Un carancho se asusta y vuela agitando fuerte las alas. El viejo es un ave rapaz.

Mañana cuando pase, ya no estará el viejo en la silla. No estarán más sus ojos filosos. No quedará ni rastro de ellos entre los pastizales. Los caranchos los habrán devorado de un solo y brusco bocado.     

     

06 febrero 2016

ENTREVISTA AL POETA OSVALDO BOSSI

"Yo soy de los que creen que con la poesía aprendemos a ser mejor gente. Creo en esa condición humanística de la poesía".

 
 

Buenos Aires, 20 de enero de 2016

Por Lucila Lastero


¿Por qué escribís?


Supongo que para trascender el mundo cotidiano, el mundo real. Para no quedarme atrapado en la realidad, para encontrar otras maneras de estar en la realidad. La primera vez que leí un poema, sentí que algo raro pasaba, algo extraño, y que esa música y esas palabras, de alguna forma me alejaban del mundo.  Y después podía volver, pero tener una llave, una puerta para salir de la realidad, de eso que puede ser agobiante, siempre es como muy tranquilizador. Desde chico descubrí, cuando leí ese poema, dije “yo quiero hacerlo”, quiero tener la llave para escaparme del mundo y para después volver al mundo de otra manera. Si no, pienso que es alienante, estar metido todo el tiempo en la misma realidad.

Vos decís que para escribir hay una locura necesaria. ¿Podés ampliar esa idea?


Porque nadie en frío, en estado de cordura, se dedicaría a escribir versos. Los versos surgen cuando algo nos conmueve, algo sale del límite de lo comprensivo y nos coloca en otro lugar. Entonces nos enamoramos, necesitamos escribir versos; alguien nos abandona, también; vemos un paisaje que nos conmueve… siempre es como la respuesta a una emoción determinada. No es algo intelectual, la poesía. Surge de ahí. Allen Ginsberg dice que el poema es una exhalación articulada. Por ejemplo yo veo un atardecer y digo “Ah, qué atardecer…”, “qué hermosura…” Pero eso no es un poema. A ese “Ah” del que habla Ginsberg después vos lo tenés que desarrollar en el poema, tenés que darle versos e imágenes. Es la primera reacción ante un hecho determinado, y en estado de frialdad nadie escribe versos.

A mí me gusta pensar así porque esa temperatura te hace ver las cosas de otra manera. Puede ser temperatura o embriaguez, como un estado de embriaguez que te hace confundir a veces el ahora con el ayer, el hoy con el mañana…. Si no, todo está muy encasillado: Hoy es hoy, ayer fue ayer, vos sos vos, yo soy yo. En la poesía todo eso se mezcla, los límites se confunden un poco.

¿Vos en qué etapa de tu vida comenzaste a escribir?


En la adolescencia. Casi inmediatamente después de haber leído este poema, que me parece que era un poema de Gabriela Mistral. Inmediatamente comencé a intentar imitar, volver a producir eso que había leído. Tenía 15, 16 años. Comencé a leer también buena poesía, mala poesía… como una cosa muy autodidacta, y solo fui armando mi propio gusto. Con el tiempo habré conocido algunos amigos que me acompañaron, pero siempre que recuerdo, está ahí la escritura, y sobre todo la escritura de poesía.   

La institución escolar, ¿tuvo algo que ver con tu gusto por la lectura y con tu afición por la escritura?

Recuerdo una anécdota de la primaria, cuando tenía 9 años. Era una tarde  de lluvia, -los días de lluvia generalmente no va casi nadie a la escuela, así que éramos tres o cuatro -, y la maestra nos dio para hacer una composición tema libre, y yo me acuerdo que escribí. Escribí algo y se lo mostré. Y fue el primer 10 (diez) que me saqué. El texto estaba lleno de marcas, de errores de ortografía. Pero igual la maestra me dijo “por hoy, no le vamos a dar importancia a eso; escribiste algo muy hermoso”. Yo nunca me olvidé. No me olvidé de lo que sentí aquella vez y que podía volver a hacerlo. Creo que ella fue una maestra muy inteligente al haber percibido que había algo como creativo ahí, y el resto, con el tiempo, ya lo iba a aprender, que no era lo más importante.

¿Cómo escribís? ¿Tenés algún ritual de escritura? ¿Alguna hora precisa, algún lugar preciso?


Yo trato de tener siempre un estado como de predisposición para la escritura. Rilke en Cartas a un joven poeta, dice que, si te vas a dedicar a la poesía, tenés que armar las condiciones para que la poesía se produzca. Yo creo que armé las condiciones, porque tengo casi todas las mañanas libres, y a mí me gusta mucho escribir de mañana. Así que el solo hecho de despertarme y saber que, si quiero, puedo escribir un poema, o por lo menos tengo el tiempo, eso me hace muy feliz. Entonces leo, escribo algo, no siempre surge un poema. En realidad los poemas que yo escribo surgen en períodos. Hay períodos en que doy con algo y no paro de escribir uno detrás del otro, generalmente después caigo en una especie de sequía, que puede durar meses, y ahí estoy otra vez leyendo, preparándome un mate, volviendo a preparar las condiciones hasta que algo vuelve a pasar. Me parece que es eso: armar las condiciones para la escritura y siempre hay algo de misterio ahí, si no, uno escribiría todos los días, y uno no puede escribir todos los días. No puede reproducir esa magia a voluntad, pero puede intentarlo. Hay que intentar, intentar, y un día algo vuelve a pasar.

¿Qué poetas te marcaron?


Tengo una gran admiración, un gran agradecimiento hacia los poetas. Son mis amigos. Son los que me orientaron, me abrieron una mirada sobre el mundo.

Leo a Borges desde muy joven, desde los 14, 15 años, sin ninguna preparación, pero desde que abrí “Fervor de Buenos Aires” y leí los primeros versos, algo me pasó. Después quizás lo pude leer a Borges desde otro lugar. Pero yo sentía que estaba ante un maestro cuando pasó eso.

Después me gustó mucho Gabriela Mistral, también me gustaba mucho Machado, poetas latinoamericanos. Y después fui armando mi propio gusto y conociendo a poetas contemporáneos como Pizarnik, por ejemplo.

Me gustan mucho los poetas italianos, como Sandro Penna, Pavese, Umberto Saba, Alda Merini, son poetas que leo y admiro con una gran devoción.

Me gusta mucho Allen Ginsberg. Me parece que nadie amó tanto el mundo como él, y trató de reunir todos los elementos del universo, como si todo fuera una música, como si nada fuera mejor o peor, nada que no fuera sagrado, todo lo era. Me conmueve mucho la mirada de Ginsberg. Aprendo todo el tiempo de los poetas.

Y ahora,  ¿qué estás leyendo?


Ahora estoy leyendo algo de narrativa, porque estoy trabajando en un libro de cuentos. Un libro de cuentos que vuelve a abordar el tema de la infancia y de la ciencia ficción. Así que estoy leyendo autores de ciencia ficción, y entre ellos, al maestro de todos, que es Bradbury.

Cuando yo era chico, a principios de los años 70, el viaje a la luna, el viaje en el tiempo, las computadoras, eran cosas que recién estaban comenzando a surgir y todos teníamos enormes fantasías con eso. Entonces yo vuelvo a esa época en los cuentos.

Cada cuento es el relato de un amigo mío de infancia que había descubierto algo muy singular. Son todos cuentos fantásticos. Y ahí está otra vez la idea de la ciencia ficción en estos niños para escaparse de una realidad hostil. Si alguien puede construir la máquina del tiempo, está a salvo. Si alguien puede escribir un poema, que es la máquina del tiempo, también está a salvo, porque puede de alguna manera detenerlo y eternizar algo que de otra forma se perdería. La poesía también es una forma de ciencia ficción.

En tus poemas aparecen mucho los personajes de series infantiles. ¿Qué sentidos tienen estos personajes?  


En esa época no leía libros, veía mucha televisión. Se ve que esas historias me quedaron muy grabadas, como la historia del Coyote, la historia de Astroboy… Entonces cuando tuve que volver, y escribí las novelas o los poemas, aparecieron estos personajes. En la novela Adoro, por ejemplo, el chico partenaire del narrador, tiene todos los pelos en punta, como los personajes de dibujos animados orientales, y lo llamé Astroboy.

Es como volver a un estado de inocencia, y además trabajar con los recursos que a uno le son propios. Yo vengo de una familia muy humilde, nadie escribía, nadie leía, entonces mi biblioteca era la pantalla de televisión, yo no puedo armar otra cosa. Lo que a mí me conmovía era ver a esos personajes, a Batman y a Robin. Me dieron una capacidad de ficcionar tan grande, que creo que me perdí ahí, creo que encuentro mucha belleza en ellos.

Hasta el día de hoy, en los post que escribo en Facebook, generalmente el poeta es Batman. Batman está en la Baticueva y se pone a reflexionar sobre un poema que escribió, sobre el oficio, y le da sus consejos a Robin. A mí me divierte mucho porque hay humor y me permite quitarle solemnidad al hecho literario, y volver a ese lugar de inocencia. Para mí no se necesita ser un erudito para escribir poesía, sino tener oído para las palabras y una sensibilidad especial para el mundo. Después, lo demás, se aprende con lecturas, conociendo a amigos que escriben, pero si se pierde eso, se pierde todo.

Hace poco di un taller en Corrientes y la mayoría eran personas jóvenes pero pasaban los 20, 30 años. Y de golpe había tres chicos de 16, 17 y 18 años que trajeron sus poemas. Y los que eran más grandes creían que a esos chicos les faltaba mucho para estar en ese taller. Y para mí esos chicos nos estaban dando una lección de inocencia por la manera en que abordaban la poesía y que algunos de los otros, por ser demasiado técnicos, habían perdido. Ahí me acordé de Violeta Parra y de “Volver a los 17”. Me parece que un poeta siempre tiene que volver a sentir profundo, como un niño frente a Dios, que es la única forma de escribir poesía: “volver a los 17, después de vivir un siglo…”. No importa todo lo que hayas vivido y por todo lo que hayas pasado; en el momento de escribir un poema, es necesario volver a ese estado de inocencia y de fe en las palabras y en el mundo.

Vos tenés muchos seguidores, sobre todo poetas jóvenes. ¿A qué creés que se debe eso?


No sé. Yo siempre fui una persona muy tímida y muy solitaria, pero gracias a la poesía me pude acercar a otra gente. Como doy talleres de poesía, ahí puedo poner un poco en juego todo lo que pienso, todo lo que me parece que es la poesía.

Lo que me gusta de la gente que viene a mi taller es que es gente que está buscando su escritura. Y como yo estoy siempre en ese lugar de búsqueda, se produce una empatía. Y estoy ahí para alentar, para acompañar, para ver cómo van encontrando su escritura.

Yo soy de los que creen que con la poesía aprendemos a ser mejor gente. Creo en esa condición humanística de la poesía. Aunque sean poemas oscuros, el poeta le está dando a esa oscuridad una forma, un sentido, y eso te permite de algún modo reelaborar algo que puede ser una experiencia triste. Cada poeta nos enseña a comprender un poco más por qué estamos acá, para qué. Sobre todo esta idea de la finitud, la idea de que es un relámpago esto, y que algún sentido tiene que tener.  

Un amigo dice que sin amor no se puede escribir poesía. Sin amor tampoco se puede dar un taller de poesía. Supongo que generaré algo así como afectuoso o alegre entre la gente, que hace ver a la poesía no como un lugar de competencia sino como una experiencia vital.

Pero de verdad hay mucha alegría, yo la paso muy bien, y me gusta generar otras cosas, como un ciclo de lectura, donde se pueda conocer a otros poetas, ir a tomar algo, ir a comer. Estamos tan solos en el mundo a veces, tan perdidos, que es bueno encontrar personas y lugares en los que uno mínimamente no se sienta tan desolado.

¿Cuál es tu experiencia con los talleres literarios? ¿Hace cuánto que dictás talleres?


Hace mucho tiempo, 15 años o un poco más. Me parece que yo era maestro antes de saber nada. Cualquier cosa que yo leía o aprendía, enseguida se la enseñaba a mis compañeros de colegio o a mis amigos. Enseguida armaba un aula. Creo que es una vocación, una capacidad de empatía, de ubicarse en el lugar del otro. Tengo una voluntad didáctica muy fuerte y una fe en eso. Creo que uno puede aprender mucho y, sobre todo, librarse de un montón de ideas que solo te ayudan a no escribir. Y es creer que la literatura es la cosa más difícil del mundo. Lo es; es difícil. Pero en realidad hay que tener confianza en uno. Yo trato de transmitir esa confianza en los talleres, y ese amor por la poesía, sobre todo. Cada vez que veo un poeta, trato de transmitir mi deslumbramiento. Creo que es la única forma de enseñar.        

11 enero 2016

Nuevas escrituras argentinas


Panorama Interzona. Narrativas emergentes de la Argentina, de Elsa Drucaroff (comp.) Buenos Aires: Interzona Editora, 2012. 310 páginas.

Lucila Rosario Lastero


 


En los últimos tiempos han surgido, en el espacio nacional, escrituras cuyos autores rondan entre los 20 y 40 años y cuyas características estilísticas y temáticas son novedosas y, en algunos casos, transgresoras. Sin llegar a conformar un núcleo en el que se identifiquen verdaderos rasgos de semejanza, se puede observar en estas producciones, sin embargo, algunas herencias predominantes, que actúan a la manera de ideosemas, en términos de Cros.    

Elsa Drucaroff ha reunido un grupo de textos que responden a estas características y, estableciendo continuidad con su anterior publicación Los prisioneros de la torre. Política, relatos y jóvenes en la postdictadura,  ha producido un “panorama”, como ella misma lo define desde el título, de creaciones emergentes.  La editorial propulsora de la idea es Interzona, proyecto de reciente aparición, y cuya intención es difundir literatura nueva e impulsar talentos antes ocultos. 

La selección incurre en la prevalencia de escritores de Buenos Aires, tanto de la Capital como de la provincia. En sus biografías, se menciona que algunos llegaron de otros países a integrarse a la vida bonaerense. Se suman a ellos un escritor de Córdoba, uno de Mendoza, uno de Santa Cruz y dos de Chaco. La exacerbada presencia de autores de Buenos Aires quizás deje latente el deseo de que aquella mirada panorámica se hubiera extendido un poco más allá y hubiera alcanzado a otros autores de provincias.     

La pregunta que sirve de eje a la selección es ¿qué escriben los jóvenes “después de”? Ese “después de” se detiene básicamente en dos hechos fundamentales de la historia argentina: la dictadura y la crisis del 2001. La autora explica, desde el prólogo, que la búsqueda fue hecha considerando a autores nuevos, poco conocidos, que ya comienzan a sobresalir pero que tienen pocas o ninguna publicación. También precisa, en su introducción, lo que entiende por  “narrativas” y postula el sentido amplio de la narratividad. En efecto, si bien en la selección predominan los textos narrativos, también hay poesía, teatro y crítica, y cada uno de ellos presenta interesantes variaciones a los géneros tradicionales.

Panorama Interzona se divide en bloques precedidos por un título y una breve explicación de la temática conductora de los textos agrupados en cada segmento. Los títulos son fragmentos de canciones de rock nacional -música tradicionalmente asociada con los jóvenes, con la ciudad y con la política del país- que sugieren diversos planteamientos. “Divina TV Führer”, “Jóvenes lobos quemándose de amor”, “Cuando la mentira es la verdad” y “¿Qué escribe en mi pared la tribu de mi calle?” son algunas de las frases que sirven de bisagra a las diferentes series de textos y en los que se destaca la presencia de Los Redonditos de Ricota junto a, por ejemplo, Divididos, Bersuit Vergarabat, Luis Alberto Spinetta. El rock como expresión de la cultura juvenil y urbana se fusiona entonces con la literatura para dar pie a ficciones que hablan desde una mirada crítica y abordan la violencia, los medios masivos, el sexo, el exterminio, entre otros. Estas temáticas recurrentes y resignificadas, que podríamos identificar como ideosemas, son denominados, ya en Los prisioneros de la torre, “manchas temáticas” por Drucaroff.

Entre estas narrativas emergentes transgénicas se destaca por ejemplo el texto de Bruno Petroni que, en clave de ciencia ficción, se refiere al morbo promovido por los medios masivos de comunicación con respecto a los cadáveres que aparecen en la ciudad. Otro interesante análisis de los medios masivos se despliega en “El casting”, de Sebastián Kirszner, dramaturgo considerado como uno de los más importantes de su generación y ponderado por Jorge Dubatti.  Hay textos que se detienen en las ausencias familiares, como “Conversaciones”, de Azucena Galettini. Autores como Hugo Salas y Eva del Rosario escarban en los secretos de la sexualidad y de las relaciones homosexuales, hasta el punto de revelar la perversidad que ronda en torno al sexo y sus expresiones. Entre las escrituras que incursionan en imágenes escatológicas, nos encontramos con “Estaba meando”, de Federico Torres, poesía provocadora que, además de transgredir la estética propia del texto poético, incluye a Jesús como personaje, desmitificando completamente la figura religiosa. Otra poesía desacralizadora es “El gaucho Martín Fierro”, de Oscar Fariña, que revive en clave de lenguaje de la villa el clásico de José Hernández.  “Rodeo. Monólogo en tres actos”, de Agustina Gatto, es una obra de teatro que le otorga la voz a un gaucho nostálgico de tierra extranjera. En “Casa Choff, la lluvia del invierno”, de Susana Campos, aparece el discurso sobre los montoneros y sobre sus estrategias de ocultamiento y preservación en la época de la dictadura. “Locutorio”, de Daniela Allerbon reúne en un mismo escenario urbano,  el de las cabinas telefónicas, voces que dan cuenta de dos conflictos alienantes: la inmigración y la desocupación. Como en esta selección no faltan tampoco los textos críticos, Sebastián Hernaiz en “Sobre lo nuevo: a cinco años del 19 y 20 de diciembre” analiza el fenómeno de la literatura post 19 y 20 de diciembre y Sol Echeverría se refiere a los textos publicados a partir de los 90 que discuten con el realismo, otorgándole la impronta metatextual al panorama.  El apartado “Cuando la mentira es la verdad. Narrativas del saber” incluye escritos que cuestionan el lugar de la teoría y la crítica en el análisis de la cultura.   

Panorama Interzona es una apuesta a pensar cuáles son las nuevas escrituras que están surgiendo en Argentina, a partir de un trayecto de lectura que aborda diversos estilos y núcleos temáticos. Sin duda, este panorama, este punto de vista desde una ventana, deberá volver a enfocarse dentro de algunos años, para detectar qué cosas de ese paisaje quedaron, qué cosas siguen brillando -o brillan mejor aún- bajo el sol de la literatura argentina.     

10 enero 2016

Fantasías infantiles

La niña cree en el amigo imaginario, en el Ángel de la Guarda y en el duende del árbol, pero no cree para nada en Papá Noel ni en los Reyes Magos. Sabe que ellos no existen y que sí existen, en cambio, las cuentas que sus papás tienen que pagar. Sabe que tendrá un solo regalo chiquito. Que tendrá regalo, por suerte, y que no puede pedir nada más porque no se puede. 

Papá Noel y los Reyes Magos son un invento más de la gente. Por suerte, sí existen papá y mamá y sus sueños de construir la casa propia.

La magia no se acabará por más que los Magos y los Noeles no existan. Ya habrá tiempo para otras fantasías y también para otras desilusiones.