06 febrero 2016

ENTREVISTA AL POETA OSVALDO BOSSI

"Yo soy de los que creen que con la poesía aprendemos a ser mejor gente. Creo en esa condición humanística de la poesía".

 
 

Buenos Aires, 20 de enero de 2016

Por Lucila Lastero


¿Por qué escribís?


Supongo que para trascender el mundo cotidiano, el mundo real. Para no quedarme atrapado en la realidad, para encontrar otras maneras de estar en la realidad. La primera vez que leí un poema, sentí que algo raro pasaba, algo extraño, y que esa música y esas palabras, de alguna forma me alejaban del mundo.  Y después podía volver, pero tener una llave, una puerta para salir de la realidad, de eso que puede ser agobiante, siempre es como muy tranquilizador. Desde chico descubrí, cuando leí ese poema, dije “yo quiero hacerlo”, quiero tener la llave para escaparme del mundo y para después volver al mundo de otra manera. Si no, pienso que es alienante, estar metido todo el tiempo en la misma realidad.

Vos decís que para escribir hay una locura necesaria. ¿Podés ampliar esa idea?


Porque nadie en frío, en estado de cordura, se dedicaría a escribir versos. Los versos surgen cuando algo nos conmueve, algo sale del límite de lo comprensivo y nos coloca en otro lugar. Entonces nos enamoramos, necesitamos escribir versos; alguien nos abandona, también; vemos un paisaje que nos conmueve… siempre es como la respuesta a una emoción determinada. No es algo intelectual, la poesía. Surge de ahí. Allen Ginsberg dice que el poema es una exhalación articulada. Por ejemplo yo veo un atardecer y digo “Ah, qué atardecer…”, “qué hermosura…” Pero eso no es un poema. A ese “Ah” del que habla Ginsberg después vos lo tenés que desarrollar en el poema, tenés que darle versos e imágenes. Es la primera reacción ante un hecho determinado, y en estado de frialdad nadie escribe versos.

A mí me gusta pensar así porque esa temperatura te hace ver las cosas de otra manera. Puede ser temperatura o embriaguez, como un estado de embriaguez que te hace confundir a veces el ahora con el ayer, el hoy con el mañana…. Si no, todo está muy encasillado: Hoy es hoy, ayer fue ayer, vos sos vos, yo soy yo. En la poesía todo eso se mezcla, los límites se confunden un poco.

¿Vos en qué etapa de tu vida comenzaste a escribir?


En la adolescencia. Casi inmediatamente después de haber leído este poema, que me parece que era un poema de Gabriela Mistral. Inmediatamente comencé a intentar imitar, volver a producir eso que había leído. Tenía 15, 16 años. Comencé a leer también buena poesía, mala poesía… como una cosa muy autodidacta, y solo fui armando mi propio gusto. Con el tiempo habré conocido algunos amigos que me acompañaron, pero siempre que recuerdo, está ahí la escritura, y sobre todo la escritura de poesía.   

La institución escolar, ¿tuvo algo que ver con tu gusto por la lectura y con tu afición por la escritura?

Recuerdo una anécdota de la primaria, cuando tenía 9 años. Era una tarde  de lluvia, -los días de lluvia generalmente no va casi nadie a la escuela, así que éramos tres o cuatro -, y la maestra nos dio para hacer una composición tema libre, y yo me acuerdo que escribí. Escribí algo y se lo mostré. Y fue el primer 10 (diez) que me saqué. El texto estaba lleno de marcas, de errores de ortografía. Pero igual la maestra me dijo “por hoy, no le vamos a dar importancia a eso; escribiste algo muy hermoso”. Yo nunca me olvidé. No me olvidé de lo que sentí aquella vez y que podía volver a hacerlo. Creo que ella fue una maestra muy inteligente al haber percibido que había algo como creativo ahí, y el resto, con el tiempo, ya lo iba a aprender, que no era lo más importante.

¿Cómo escribís? ¿Tenés algún ritual de escritura? ¿Alguna hora precisa, algún lugar preciso?


Yo trato de tener siempre un estado como de predisposición para la escritura. Rilke en Cartas a un joven poeta, dice que, si te vas a dedicar a la poesía, tenés que armar las condiciones para que la poesía se produzca. Yo creo que armé las condiciones, porque tengo casi todas las mañanas libres, y a mí me gusta mucho escribir de mañana. Así que el solo hecho de despertarme y saber que, si quiero, puedo escribir un poema, o por lo menos tengo el tiempo, eso me hace muy feliz. Entonces leo, escribo algo, no siempre surge un poema. En realidad los poemas que yo escribo surgen en períodos. Hay períodos en que doy con algo y no paro de escribir uno detrás del otro, generalmente después caigo en una especie de sequía, que puede durar meses, y ahí estoy otra vez leyendo, preparándome un mate, volviendo a preparar las condiciones hasta que algo vuelve a pasar. Me parece que es eso: armar las condiciones para la escritura y siempre hay algo de misterio ahí, si no, uno escribiría todos los días, y uno no puede escribir todos los días. No puede reproducir esa magia a voluntad, pero puede intentarlo. Hay que intentar, intentar, y un día algo vuelve a pasar.

¿Qué poetas te marcaron?


Tengo una gran admiración, un gran agradecimiento hacia los poetas. Son mis amigos. Son los que me orientaron, me abrieron una mirada sobre el mundo.

Leo a Borges desde muy joven, desde los 14, 15 años, sin ninguna preparación, pero desde que abrí “Fervor de Buenos Aires” y leí los primeros versos, algo me pasó. Después quizás lo pude leer a Borges desde otro lugar. Pero yo sentía que estaba ante un maestro cuando pasó eso.

Después me gustó mucho Gabriela Mistral, también me gustaba mucho Machado, poetas latinoamericanos. Y después fui armando mi propio gusto y conociendo a poetas contemporáneos como Pizarnik, por ejemplo.

Me gustan mucho los poetas italianos, como Sandro Penna, Pavese, Umberto Saba, Alda Merini, son poetas que leo y admiro con una gran devoción.

Me gusta mucho Allen Ginsberg. Me parece que nadie amó tanto el mundo como él, y trató de reunir todos los elementos del universo, como si todo fuera una música, como si nada fuera mejor o peor, nada que no fuera sagrado, todo lo era. Me conmueve mucho la mirada de Ginsberg. Aprendo todo el tiempo de los poetas.

Y ahora,  ¿qué estás leyendo?


Ahora estoy leyendo algo de narrativa, porque estoy trabajando en un libro de cuentos. Un libro de cuentos que vuelve a abordar el tema de la infancia y de la ciencia ficción. Así que estoy leyendo autores de ciencia ficción, y entre ellos, al maestro de todos, que es Bradbury.

Cuando yo era chico, a principios de los años 70, el viaje a la luna, el viaje en el tiempo, las computadoras, eran cosas que recién estaban comenzando a surgir y todos teníamos enormes fantasías con eso. Entonces yo vuelvo a esa época en los cuentos.

Cada cuento es el relato de un amigo mío de infancia que había descubierto algo muy singular. Son todos cuentos fantásticos. Y ahí está otra vez la idea de la ciencia ficción en estos niños para escaparse de una realidad hostil. Si alguien puede construir la máquina del tiempo, está a salvo. Si alguien puede escribir un poema, que es la máquina del tiempo, también está a salvo, porque puede de alguna manera detenerlo y eternizar algo que de otra forma se perdería. La poesía también es una forma de ciencia ficción.

En tus poemas aparecen mucho los personajes de series infantiles. ¿Qué sentidos tienen estos personajes?  


En esa época no leía libros, veía mucha televisión. Se ve que esas historias me quedaron muy grabadas, como la historia del Coyote, la historia de Astroboy… Entonces cuando tuve que volver, y escribí las novelas o los poemas, aparecieron estos personajes. En la novela Adoro, por ejemplo, el chico partenaire del narrador, tiene todos los pelos en punta, como los personajes de dibujos animados orientales, y lo llamé Astroboy.

Es como volver a un estado de inocencia, y además trabajar con los recursos que a uno le son propios. Yo vengo de una familia muy humilde, nadie escribía, nadie leía, entonces mi biblioteca era la pantalla de televisión, yo no puedo armar otra cosa. Lo que a mí me conmovía era ver a esos personajes, a Batman y a Robin. Me dieron una capacidad de ficcionar tan grande, que creo que me perdí ahí, creo que encuentro mucha belleza en ellos.

Hasta el día de hoy, en los post que escribo en Facebook, generalmente el poeta es Batman. Batman está en la Baticueva y se pone a reflexionar sobre un poema que escribió, sobre el oficio, y le da sus consejos a Robin. A mí me divierte mucho porque hay humor y me permite quitarle solemnidad al hecho literario, y volver a ese lugar de inocencia. Para mí no se necesita ser un erudito para escribir poesía, sino tener oído para las palabras y una sensibilidad especial para el mundo. Después, lo demás, se aprende con lecturas, conociendo a amigos que escriben, pero si se pierde eso, se pierde todo.

Hace poco di un taller en Corrientes y la mayoría eran personas jóvenes pero pasaban los 20, 30 años. Y de golpe había tres chicos de 16, 17 y 18 años que trajeron sus poemas. Y los que eran más grandes creían que a esos chicos les faltaba mucho para estar en ese taller. Y para mí esos chicos nos estaban dando una lección de inocencia por la manera en que abordaban la poesía y que algunos de los otros, por ser demasiado técnicos, habían perdido. Ahí me acordé de Violeta Parra y de “Volver a los 17”. Me parece que un poeta siempre tiene que volver a sentir profundo, como un niño frente a Dios, que es la única forma de escribir poesía: “volver a los 17, después de vivir un siglo…”. No importa todo lo que hayas vivido y por todo lo que hayas pasado; en el momento de escribir un poema, es necesario volver a ese estado de inocencia y de fe en las palabras y en el mundo.

Vos tenés muchos seguidores, sobre todo poetas jóvenes. ¿A qué creés que se debe eso?


No sé. Yo siempre fui una persona muy tímida y muy solitaria, pero gracias a la poesía me pude acercar a otra gente. Como doy talleres de poesía, ahí puedo poner un poco en juego todo lo que pienso, todo lo que me parece que es la poesía.

Lo que me gusta de la gente que viene a mi taller es que es gente que está buscando su escritura. Y como yo estoy siempre en ese lugar de búsqueda, se produce una empatía. Y estoy ahí para alentar, para acompañar, para ver cómo van encontrando su escritura.

Yo soy de los que creen que con la poesía aprendemos a ser mejor gente. Creo en esa condición humanística de la poesía. Aunque sean poemas oscuros, el poeta le está dando a esa oscuridad una forma, un sentido, y eso te permite de algún modo reelaborar algo que puede ser una experiencia triste. Cada poeta nos enseña a comprender un poco más por qué estamos acá, para qué. Sobre todo esta idea de la finitud, la idea de que es un relámpago esto, y que algún sentido tiene que tener.  

Un amigo dice que sin amor no se puede escribir poesía. Sin amor tampoco se puede dar un taller de poesía. Supongo que generaré algo así como afectuoso o alegre entre la gente, que hace ver a la poesía no como un lugar de competencia sino como una experiencia vital.

Pero de verdad hay mucha alegría, yo la paso muy bien, y me gusta generar otras cosas, como un ciclo de lectura, donde se pueda conocer a otros poetas, ir a tomar algo, ir a comer. Estamos tan solos en el mundo a veces, tan perdidos, que es bueno encontrar personas y lugares en los que uno mínimamente no se sienta tan desolado.

¿Cuál es tu experiencia con los talleres literarios? ¿Hace cuánto que dictás talleres?


Hace mucho tiempo, 15 años o un poco más. Me parece que yo era maestro antes de saber nada. Cualquier cosa que yo leía o aprendía, enseguida se la enseñaba a mis compañeros de colegio o a mis amigos. Enseguida armaba un aula. Creo que es una vocación, una capacidad de empatía, de ubicarse en el lugar del otro. Tengo una voluntad didáctica muy fuerte y una fe en eso. Creo que uno puede aprender mucho y, sobre todo, librarse de un montón de ideas que solo te ayudan a no escribir. Y es creer que la literatura es la cosa más difícil del mundo. Lo es; es difícil. Pero en realidad hay que tener confianza en uno. Yo trato de transmitir esa confianza en los talleres, y ese amor por la poesía, sobre todo. Cada vez que veo un poeta, trato de transmitir mi deslumbramiento. Creo que es la única forma de enseñar.