Mi abuela no sabía escribir su nombre.
Un alfabeto personal le daba forma
a todas las cosas:
árboles
pájaros
gallinas ponedoras
once hijos.
Sabiduría era
conocer el relincho que presagia la tormenta
distinguir la fruta más dulce después de la helada.
Yo, que estudié Letras
viví en la ciudad
y no tuve hijos,
corto al medio una naranja
y en algún triángulo de pulpa
soy mi abuela por un rato.
Una naranja es un sol a la hora del crepúsculo.
La dulzura jugosa conserva el perfume
de las hojas húmedas después de la helada.
Puro sabor
sin letras
sin palabras.
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