LOS OJOS DE LOS CARANCHOS
Siempre la mirada del viejo pegada a mis piernas. Todas las mañana igual, los ojos puntiagudos trabándome el paso mientras camino hacia el colegio. Me da miedo. Pero si no uso el uniforme de pollera tableada y corta, la directora me reta.
La zona es desolada. Nada más que un trecho del camino, cruzar la ruta rápido, bordear el descampado, pero los ojos de rapiña del viejo. Podría asesinarme y tirarme entre los yuyos y nadie se enteraría.
Sobre los pastizales, al costado de la ruta, rondan los caranchos buscando los animales muertos.
Hoy no tengo Educación Artística pero traje la tijera. Como siempre, además de mí, nadie más que el viejo, mirándome. Me acerco. Un carancho se asusta y vuela agitando fuerte las alas. El viejo es un ave rapaz.
Mañana cuando pase, ya no estará el viejo en la silla. No estarán más sus ojos filosos. No quedará ni rastro de ellos entre los pastizales. Los caranchos los habrán devorado de un solo y brusco bocado.
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