Él se lo repitió. El viaje en barco había sido tan irreal como los sueños. Para convencerla, buscó el libro y abrió frente a ella la página en la que se mencionaba ese lento vaivén de la nave sobre las aguas dormidas. Aquellas líneas hablaban, también, de la cabeza de Medusa petrificada en la proa, de la brisa suave acunando el barco. Pura invención.
Ella no lo escuchaba. Veía, sobre la mesa, en las páginas del libro abierto, un barco sacudiéndose sobre las olas furiosas. Veía la proa rasguñando el agua, cortando el cielo.
Él se fue y ella se quedó sola, pensando en la luna remontándose de a poco sobre la cabeza de Medusa electrizada de mar. En la pared de atrás, la foto enmarcada de un barco resplandecía como un faro.
22 diciembre 2017
La
siesta provinciana
Vengo de una provincia
de siestas blandas y suaves
días partidos al medio
tardes de horas puestas
a secar en la soga
del patio de atrás.
A los seis años
el tiempo de robar las galletitas
de la caja de arriba
sin ruidos ni huellas.
Mamá no sabe. Duerme.
La siesta es
un paréntesis en la mitad
de una frase enrevesada.
La pausa necesaria para tomar aire
y amanecer otra vez.
La ciudad suspendida
entre los pliegues de la almohada.
Y qué si la vida es un montón de siestas
que robó una mano chiquita
de la caja negra de los mandados
y qué si la muerte es una siesta larga
de la que nadie te venga a
despertar.
16 julio 2017
Tengo afición por el huevo pasado por agua. Por apresar el gusto de la yema tibia, líquida, casi cruda. El huevito de la infancia que mi mamá me servía en una taza diminuta, apenas deshilachado en la superficie.
Pero mientras el huevo se agita entre las aguas, corrijo prácticos, leo, escribo, salgo a descolgar la ropa. Nunca llego a tiempo para la cocción acotada. Termino conformándome con la consistencia rígida de un solcito que emerge de una coraza blanca y que, mientras rueda sobre el plato, me reprocha la solidez de mis despistes.
En esta ciudad aprendí a correr detrás de los bondis, trepar a saltos las escaleras, esquivar los charcos de la calle, acelerar el paso en las avenidas, ondular entre la gente y las máquinas, pisar baldosas flojas, zapatear sobre el chasquido de las hojas secas, seguir la procesión de la salida del subte, trotar, siempre trotar, trancos altos y largos, vamos que se hace tarde, muy tarde, no hay tiempo para darme vuelta a mirar quién me pisa los talones.
Me volví joven y ágil, me amoldé tanto a mi propia estatura que guardé los tacos altos en algún rincón olvidable. Me fui a andar al ras del suelo y del tiempo.
Después de escuchar las primeras noticias sobre las muertes y femicidios de todos
los días, llega el momento de ensardinarse. La máquina chirría y la gente se
prepara para el salto. Las puertas se abren, reciben a la masa de gente que
empuja, aplasta, retuerce.
Los cuerpos de chicle se amoldan a la casilla. A veces
alguno tironea y un pedazo de masa se desprende del resto. Sube, entra al horno
y termina de desintegrarse.
También está lo bueno, lo mágico. Nadie sabe qué estás ahí,
ni siquiera el chofer de la máquina. Alguien viaja en el vagón de al lado e ignora que estás. Ni vos ni el otro saben de sus respectivas existencias, no se vieron nunca las caras y, sin
embargo, viajan juntos.
-Parecen sardinas, boluda, ¿viste?- le comenta un pibe a
una piba, mientras mira cómo la máquina pasa repleta y los deja esperando en la orilla.
Se escucha un nuevo verbo con pronombre adosado:
ensardinarse. Alguno dice, por ejemplo, “No pienso ir a ensardinarme a
(nombre del lugar), ya me ensardino todos los días en el subte”.
La máquina frena en la última parada. Alguien abre la lata
de sardinas . El aceite se expande sobre los rieles. Los lubrica y los prepara
para el próximo viaje estelar de la máquina compresora.
Cuando vio que todos los números de su billete de lotería coincidían con los de la publicación, dejó de pensar que el mundo y la suerte siempre le daban la espalda.
Buscó entre sus bolsos el adecuado para transportar la ganancia. El elegido fue un maletín de lona, mediano, que le permitiría hacer pensar a la gente que era un profesor de secundaria, llevando a clases los libros y apuntes para sus clases.
De la agencia de lotería salió con dos cheques, directo al banco. Pronto su antiguo y rotoso maletín de lona negro se transformó en el recipiente contenedor de la fortuna que nunca se hubiese imaginado tener.
Estaba feliz. Lo único que alteró un poco su felicidad fue descubrir un agujerito diminuto en la lona del bolso. Temió que algún transeúnte atento pudiera advertir la existencia de un billete tras el pocito de lona. Seguramente todo era producto de una paranoia lógica, nunca había andado por la calle con tanta plata. Esa misma paranoia que pronto lo llevó a sentirse acechado por sombras que lo rodeaban, que caminaban detrás, zigzagueando tras sus pasos. De golpe sintió que algo lo tironeaba.
Llegó por fin a la puerta de su casa. Estaba agitado; había corrido. Sintió que una especie de cordón elástico le rozaba la mano, y entonces vio aquello que lo había hecho pensar en una persecución para un robo. Era un hilo negro, un grueso hilo negro que le envolvía la mano, bajaba y se extendía en olas en el lugar en el que debería estar el bolso. Hilacha. Solamente hilacha dispersa en la vereda, en la calle. Del dinero, no quedaban ni rastros.
Fue durante un carnaval. Yo tenía 13 años. El corso se hacía
sobre la avenida Ibazeta -en la ciudad de Salta- y mi casa
estaba cerca. Con una amiga decidimos ir pero, antes, dar unas vueltas por los
alrededores para comprar chicles y lanzanieve. Cuando doblamos en una
esquina,nos topamos con un grupo de
muchachos. Eran como diez. En cuanto
estuvimos a la par de ellos, comenzaron a gritarnos groserías. Cuando advirtieron nuestro amague de bajarnos
a la calle, nos rodearon y nos tocaron el culo. A mí me agarraron unos cinco y
a ella otros cinco, y nos manosearon. Después se alejaron, riéndose a
carcajadas.
No se usaba denunciar ni contarle a nuestras mamás. En esa
época, nos enseñaban a aguantárnosla y a no hacer ni decir nada,porque “podía ser peor”, es decir, el tipo podía
enojarse, y un tipo enojado era propenso agolpear y a matar, eso estaba comprobado. No había que hablar, además,
porque por qué tuvimos que andar solas por ahí, tendríamos que haber sabido que
era peligroso.Desistimos de ir al
corso; volvimos a nuestras respectivas casas. Nunca más volví a ningún corso.
No fue la única vez que me tocaron el culo en la calle. No
fue la única vez que me faltaron el respeto. Todas las veces la misma
impotencia, la misma rabia. De todas formas, qué suerte que lo que me pasó no
fue nada, a la par de lo que viven otras mujeres. Qué suerte.
Mi amor: Te dejé las cosas listas, como siempre. Las camisas
en el placard, planchadas, con la bolsa de plástico para que no las toque ni una
pelusita. La comida, en la heladera. Te hice pollo a la naranja con
arroz, tu comida favorita. Las naranjas son las más agridulces que encontré en
el mercadito, como a vos te gustan. Para acompañar, un refresco especial de
menta, limón y palo amargo. Te va a encantar.
Yo salí a comprar un digestivo porque me duele un poco la
panza. Se ve que las frutillas con crema de ayer me hicieron mal.Te prometo que no tardo, no te enojes como la otra vez.
Aprovechá que vas a estar un rato solo, tranquilo, y quédate
en el sillón, viendo el partido. Yo vuelvo enseguidita. Si te duele un poquito
la panza y te dan unas puntadas, y sentís que el estómago se endurece, esperáme
que ya voy con el digestivo.
Quedate en el sillón, quieto, lo más quieto posible,
mientras cae la noche y yo regreso a casa.
Iba con mi papá por un caminito
escarpado. Tenía 9 años. Subíamos un cerro pequeño de Cachi, un pueblo calchaquí de la
provincia de Salta. Íbamos en busca de una vaca lechera.
Mis padres ya habían probado con el Decadrón, la Teosona, el Respimex, el
vapor de eucaliptus, el té de penca, el vino Abuelo con huevo crudo por las
mañanas,pero yo no me curaba. Un día
escucharon que para terminar con el asma lo mejor era darle de beber, al afectado, un vaso de leche "al pie de lavaca". Por eso fuimos con papá, durante esas
vacaciones en Cachi, en busca de la vaca lechera que me iba a curar.
Había una casita en la cima, un corral grande con
animales, una vaca negra y blanca, como las de los dibujitos. Un señor la ordeñó y me alcanzó un vaso de
plástico con el líquido caliente. La leche era un torrente de sal espesa y
grasosa. No recuerdo si tomé el vaso entero.
A los 14 años tuve mi último ataque de asma. Un día iba a curarme, y me curé. Mis padres y sus artilugios para terminar con mi asma me enseñaron que es necesario hacer todo lo posible para tratar de estar bien, para curarse.
Sé que tengo que salir siempre en busca de la vaca lechera, por más que el cerro esté lejos y sea un poco difícil de subir. Sirve para curarse por dentro, para respirar al fin.
Tenía la costumbre de cerrar la puerta con dos vueltas de
llave, alejarse, sentir un tironeo inoportuno que lo obligaba a girar la
cabeza, regresar, poner de nuevo la llave en la cerradura, corroborar, volver a
salir.
A veces volvía después de haber caminado algunos metros.
Otras, retrocedía cuadras enteras. Con frecuencia iba y volvía sin parar y entonces
llamaba al trabajo o a los amigos para avisarles de un malestar imprevisto.
Cómo explicarles que se había demorado cerrando una puerta ya cerrada. Lo alteraba adivinar la mirada ciega de la cerradura, siempre acechándolo.
Un chico de unos 25, en plena calle de Parque Patricios, le grita a otro:
-¡Eh! ¿Viste la foto del Pity con la camiseta de Independiente?
-No, che.
Se reúnen sobre la vereda.
-¿Tenés celular? Buscala, buscala. Poné “Pity con policía”
Yo estoy a unos metros, bajo el alero de un negocio que vende
productos para el pelo. Estoy escribiendo un mensaje mientras los escucho.
-Mejor poné “Pity con camiseta”
El otro sigue buscando, con paciencia.
-Mejor poné “Pity en calzoncillos”
El otro sigue buscando.
-O poné “Pity Álvarez, con calzoncillos y abrazado a policía”
El otro sigue.
Es una foto de Pity Álvarez, cantante del
grupo de rock Viejas Locas e Intoxicados, en calzoncillos, con la camiseta del Club Independiente,
una zapatilla de cada color y abrazando a un policía. Busco a los chicos para contarles que encontré la foto, pero veo que, sobre la vereda, ya no hay nadie.
La gente sale del subte como un puñado de bolillas descoloridas, que se desparramó al chocar contra el piso la caja que las encerraba.
Se parecen al ganado bovino buscando su lugar en la fila de acceso al matadero.
La gran diferencia entre la gente y las vacas es que los animales no saben que los van a matar. La gente, sí. Por eso la mirada triste, siempre hacia abajo. Por eso el apuro.
Desde mi lugar en la fila, la escucho. Es una voz femenina fuerte, autoritaria. Sale de la ventanilla del medio en la sección de entrevistas para la VISA a los Estados Unidos. Dice "Lo siento mucho, su VISA no puede ser otorgada". El sentenciado gira para irse, apesadumbrado. Es un chico joven, bajito, muy morocho.
Me ataca otra vez ese sentimiento escandaloso, que me apaleó tantas veces en la vida, hasta casi matarme. El miedo atávico a ser rechazada. ¿En qué momento se me ocurrió intentar tramitar un permiso para viajar a los Estados Unidos? Como si no supiera sobre la rigidez las políticas de migración en Estados Unidos. Como si no supiera cómo soy yo, morocha, petisa, con cara de musulmana, de hindú y de indígena.
La vicecónsul en función de malvada es idéntica a Beatriz Sarlo. Así de bella, así de pomposa con su pelo completamente blanco y sus ojos cristalinos y profundos. La vicecónsul y Sarlo me inhiben completamente. Me recuerdan la debilidad de una simple e ignorante mortal ante la dueña de toda la belleza y la sabiduría de los años de estudio.
Por eso cruzo los dedos para que no me vaya a tocar con ella. Pero la sucesión de gente en una fila de acceso a cinco ventanillas es un foco candente de puro azar e imprevisibilidad. Me toca con la señora Beatriz.
Me hace las correspondientes preguntas. Sonríe mientras me dice que estoy aprobada. Salgo contenta y aliviada. Recién mucho más tarde, me doy cuenta de que aprobé la VISA y no un examen de Literatura Argentina. Algún día tendré que resignarme para siempre a mi ignorancia en la materia.
En Salta, los que tenemos auto rojo convivimos con el problema de que
nos paren por la calle creyendo que somos un taxi.
El jueves pasado, a las once de la noche, mientras pasaba con mi auto por
la calle General Güemes al 800, vi, como
tantas veces, el brazo en alto de una mujer. Como tantas veces, no paré, pero
alcancé a distinguir la figura de otra mujer que apareció por detrás de la
primera, de un manotazo se le prendió de la parte trasera del buzo y la tironeó
con fuerza. Asistí a las últimas imágenes de la pelea por el espejo retrovisor.
Eran dos chicas jóvenes. Una de ellas tironeaba y pegaba con más rabia; la otra
trataba de defenderse.
Paré. Estaba a unos metros y no alcanzaba a ver a las chicas por los
autos estacionados delante de ellas. Comencé a retroceder lento. Pensaba llamar
al 911 si lograba ver que la pelea seguía.
De repente vi que la chica que me había hecho señas (a esta altura ella
era “la agredida” y, la otra, “la agresora”) había cruzado la calle corriendo y
se había escondido detrás de una chapa vertical que protegía una obra en
construcción. Ahora estaba frente mío, a unos pocos pasos atravesando la calle.
Entonces decidí que no siempre tengo que ser tan lenta para reaccionar
ante las situaciones engorrosas. Tras un ramalazo de extraña lucidez, tuve una
idea: hacerme pasar por taxi. Toqué bocina y, cuando la chica me miró, hice un
gesto con la mano para que subiera. La chica llegó corriendo, pero cuando
estaba a punto de subir, apareció la agresora. Imaginé una escena en la que la
agresora se tiraba sobre los asientos delanteros de mi auto y nos agarraba a piñas y a arañazos a mí y a la chica agredida.
Pero nada de eso pasó. La agresora dijo algo, la agredida también dijo algo que
no alcancé a escuchar y luego subió al asiento de adelante. La chica agresora
dio media vuelta y se fue. Mi ahora copiloto estaba agitada y aterrorizada. Temblaba.
Comenzamos a andar y recién a las cinco cuadras pudo decirme dónde vivía. Era
para el otro lado.
-Gracias
por salvarme. No es la primera vez que me pega. Esa chica está loca. Hoy fue
peor. Parece que no tomó la pastilla - me dijo. Y fue lo único que pronunció
sobre el caso.
La dejé en la puerta de su edificio y me fui. Al llegar a casa, pensé en
que a veces está bueno ser un poco taxi. Durante el trayecto hasta mi casa, no pude
pensar en nada. Me costaba aferrarme al volante; temblaba.
Siempre la mirada del viejo pegada a mis piernas. Todas las mañana igual, los ojos puntiagudos trabándome el paso mientras camino hacia el colegio. Me da miedo. Pero si no uso el uniforme de pollera tableada y corta, la directora me reta.
La zona es desolada. Nada más que un trecho del camino, cruzar la ruta rápido, bordear el descampado, pero los ojos de rapiña del viejo. Podría asesinarme y tirarme entre los yuyos y nadie se enteraría.
Sobre los pastizales, al costado de la ruta, rondan los caranchos buscando los animales muertos.
Hoy no tengo Educación Artística pero traje la tijera. Como siempre, además de mí, nadie más que el viejo, mirándome. Me acerco. Un carancho se asusta y vuela agitando fuerte las alas. El viejo es un ave rapaz.
Mañana cuando pase, ya no estará el viejo en la silla. No estarán más sus ojos filosos. No quedará ni rastro de ellos entre los pastizales. Los caranchos los habrán devorado de un solo y brusco bocado.
"Yo soy de los que creen que con la poesía aprendemos a ser mejor gente. Creo en esa condición humanística de la poesía".
Buenos
Aires, 20 de enero de 2016
Por
Lucila Lastero
¿Por qué
escribís?
Supongo que para trascender el mundo
cotidiano, el mundo real. Para no quedarme atrapado en la realidad, para
encontrar otras maneras de estar en la realidad. La primera vez que leí un
poema, sentí que algo raro pasaba, algo extraño, y que esa música y esas
palabras, de alguna forma me alejaban del mundo. Y después podía volver, pero tener una llave,
una puerta para salir de la realidad, de eso que puede ser agobiante, siempre
es como muy tranquilizador. Desde chico descubrí, cuando leí ese poema, dije “yo
quiero hacerlo”, quiero tener la llave para escaparme del mundo y para después volver
al mundo de otra manera. Si no, pienso que es alienante, estar metido todo el
tiempo en la misma realidad.
Vos
decís que para escribir hay una locura necesaria. ¿Podés ampliar esa idea?
Porque nadie en frío, en estado de
cordura, se dedicaría a escribir versos. Los versos surgen cuando algo nos
conmueve, algo sale del límite de lo comprensivo y nos coloca en otro lugar. Entonces
nos enamoramos, necesitamos escribir versos; alguien nos abandona, también; vemos
un paisaje que nos conmueve… siempre es como la respuesta a una emoción
determinada. No es algo intelectual, la poesía. Surge de ahí. Allen Ginsberg dice
que el poema es una exhalación articulada. Por ejemplo yo veo un atardecer y
digo “Ah, qué atardecer…”, “qué hermosura…” Pero eso no es un poema. A ese “Ah”
del que habla Ginsberg después vos lo tenés que desarrollar en el poema, tenés
que darle versos e imágenes. Es la primera reacción ante un hecho determinado, y
en estado de frialdad nadie escribe versos.
A mí me gusta pensar así porque esa
temperatura te hace ver las cosas de otra manera. Puede ser temperatura o embriaguez,
como un estado de embriaguez que te hace confundir a veces el ahora con el
ayer, el hoy con el mañana…. Si no, todo está muy encasillado: Hoy es hoy, ayer
fue ayer, vos sos vos, yo soy yo. En la poesía todo eso se mezcla, los límites se
confunden un poco.
¿Vos en qué
etapa de tu vida comenzaste a escribir?
En la adolescencia. Casi inmediatamente
después de haber leído este poema, que me parece que era un poema de Gabriela
Mistral. Inmediatamente comencé a intentar imitar, volver a producir eso que
había leído. Tenía 15, 16 años. Comencé a leer también buena poesía, mala
poesía… como una cosa muy autodidacta, y solo fui armando mi propio gusto. Con el
tiempo habré conocido algunos amigos que me acompañaron, pero siempre que
recuerdo, está ahí la escritura, y sobre todo la escritura de poesía.
La
institución escolar, ¿tuvo algo que ver con tu gusto por la lectura y con tu
afición por la escritura?
Recuerdo una anécdota de la primaria,
cuando tenía 9 años. Era una tarde de
lluvia, -los días de lluvia generalmente no va casi nadie a la escuela, así que
éramos tres o cuatro -, y la maestra nos dio para hacer una composición tema
libre, y yo me acuerdo que escribí. Escribí algo y se lo mostré. Y fue el primer
10 (diez) que me saqué. El texto estaba lleno de marcas, de errores de
ortografía. Pero igual la maestra me dijo “por hoy, no le vamos a dar importancia
a eso; escribiste algo muy hermoso”. Yo nunca me olvidé. No me olvidé de lo que
sentí aquella vez y que podía volver a hacerlo. Creo que ella fue una maestra
muy inteligente al haber percibido que había algo como creativo ahí, y el resto,
con el tiempo, ya lo iba a aprender, que no era lo más importante.
¿Cómo
escribís? ¿Tenés algún ritual de escritura? ¿Alguna hora precisa, algún lugar
preciso?
Yo trato de tener siempre un estado como
de predisposición para la escritura. Rilke en Cartas a un joven poeta, dice que, si te vas a dedicar a la poesía,
tenés que armar las condiciones para que la poesía se produzca. Yo creo que armé
las condiciones, porque tengo casi todas las mañanas libres, y a mí me gusta
mucho escribir de mañana. Así que el solo hecho de despertarme y saber que, si
quiero, puedo escribir un poema, o por lo menos tengo el tiempo, eso me hace
muy feliz. Entonces leo, escribo algo, no siempre surge un poema. En realidad
los poemas que yo escribo surgen en períodos. Hay períodos en que doy con algo
y no paro de escribir uno detrás del otro, generalmente después caigo en una
especie de sequía, que puede durar meses, y ahí estoy otra vez leyendo,
preparándome un mate, volviendo a preparar las condiciones hasta que algo
vuelve a pasar. Me parece que es eso: armar las condiciones para la escritura y
siempre hay algo de misterio ahí, si no, uno escribiría todos los días, y uno no
puede escribir todos los días. No puede reproducir esa magia a voluntad, pero
puede intentarlo. Hay que intentar, intentar, y un día algo vuelve a pasar.
¿Qué poetas te
marcaron?
Tengo una gran admiración, un gran
agradecimiento hacia los poetas. Son mis amigos. Son los que me orientaron, me
abrieron una mirada sobre el mundo.
Leo a Borges desde muy joven, desde
los 14, 15 años, sin ninguna preparación, pero desde que abrí “Fervor de Buenos
Aires” y leí los primeros versos, algo me pasó. Después quizás lo pude leer a
Borges desde otro lugar. Pero yo sentía que estaba ante un maestro cuando pasó
eso.
Después me gustó mucho Gabriela Mistral,
también me gustaba mucho Machado, poetas latinoamericanos. Y después fui
armando mi propio gusto y conociendo a poetas contemporáneos como Pizarnik, por
ejemplo.
Me gustan mucho los poetas italianos,
como Sandro Penna, Pavese, Umberto Saba, Alda Merini, son poetas que leo y
admiro con una gran devoción.
Me gusta mucho Allen Ginsberg. Me
parece que nadie amó tanto el mundo como él, y trató de reunir todos los elementos
del universo, como si todo fuera una música, como si nada fuera mejor o peor,
nada que no fuera sagrado, todo lo era. Me conmueve mucho la mirada de
Ginsberg. Aprendo todo el tiempo de los poetas.
Y ahora, ¿qué estás leyendo?
Ahora estoy leyendo algo de
narrativa, porque estoy trabajando en un libro de cuentos. Un libro de cuentos
que vuelve a abordar el tema de la infancia y de la ciencia ficción. Así que
estoy leyendo autores de ciencia ficción, y entre ellos, al maestro de todos,
que es Bradbury.
Cuando yo era chico, a principios de
los años 70, el viaje a la luna, el viaje en el tiempo, las computadoras, eran
cosas que recién estaban comenzando a surgir y todos teníamos enormes fantasías
con eso. Entonces yo vuelvo a esa época en los cuentos.
Cada cuento es el relato de un amigo
mío de infancia que había descubierto algo muy singular. Son todos cuentos
fantásticos. Y ahí está otra vez la idea de la ciencia ficción en estos niños
para escaparse de una realidad hostil. Si alguien puede construir la máquina
del tiempo, está a salvo. Si alguien puede escribir un poema, que es la máquina
del tiempo, también está a salvo, porque puede de alguna manera detenerlo y eternizar
algo que de otra forma se perdería. La poesía también es una forma de ciencia
ficción.
En
tus poemas aparecen mucho los personajes de series infantiles. ¿Qué sentidos
tienen estos personajes?
En esa época no leía libros, veía
mucha televisión. Se ve que esas historias me quedaron muy grabadas, como la historia
del Coyote, la historia de Astroboy… Entonces cuando tuve que volver, y escribí
las novelas o los poemas, aparecieron estos personajes. En la novela Adoro, por ejemplo, el chico partenaire del narrador, tiene todos los
pelos en punta, como los personajes de dibujos animados orientales, y lo llamé
Astroboy.
Es como volver a un estado de
inocencia, y además trabajar con los recursos que a uno le son propios. Yo
vengo de una familia muy humilde, nadie escribía, nadie leía, entonces mi biblioteca
era la pantalla de televisión, yo no puedo armar otra cosa. Lo que a mí me
conmovía era ver a esos personajes, a Batman y a Robin. Me dieron una capacidad
de ficcionar tan grande, que creo que me perdí ahí, creo que encuentro mucha
belleza en ellos.
Hasta el día de hoy, en los post que
escribo en Facebook, generalmente el poeta es Batman. Batman está en la Baticueva
y se pone a reflexionar sobre un poema que escribió, sobre el oficio, y le da
sus consejos a Robin. A mí me divierte mucho porque hay humor y me permite
quitarle solemnidad al hecho literario, y volver a ese lugar de inocencia. Para
mí no se necesita ser un erudito para escribir poesía, sino tener oído para las
palabras y una sensibilidad especial para el mundo. Después, lo demás, se aprende
con lecturas, conociendo a amigos que escriben, pero si se pierde eso, se
pierde todo.
Hace poco di un taller en Corrientes
y la mayoría eran personas jóvenes pero pasaban los 20, 30 años. Y de golpe
había tres chicos de 16, 17 y 18 años que trajeron sus poemas. Y los que eran
más grandes creían que a esos chicos les faltaba mucho para estar en ese
taller. Y para mí esos chicos nos estaban dando una lección de inocencia por la
manera en que abordaban la poesía y que algunos de los otros, por ser demasiado
técnicos, habían perdido. Ahí me acordé de Violeta Parra y de “Volver a los 17”.
Me parece que un poeta siempre tiene que volver a sentir profundo, como un niño
frente a Dios, que es la única forma de escribir poesía: “volver a los 17,
después de vivir un siglo…”. No importa todo lo que hayas vivido y por todo lo
que hayas pasado; en el momento de escribir un poema, es necesario volver a ese
estado de inocencia y de fe en las palabras y en el mundo.
Vos
tenés muchos seguidores, sobre todo poetas jóvenes. ¿A qué creés que se debe
eso?
No sé. Yo siempre fui una persona muy
tímida y muy solitaria, pero gracias a la poesía me pude acercar a otra gente. Como
doy talleres de poesía, ahí puedo poner un poco en juego todo lo que pienso,
todo lo que me parece que es la poesía.
Lo que me gusta de la gente que viene
a mi taller es que es gente que está buscando su escritura. Y como yo estoy siempre
en ese lugar de búsqueda, se produce una empatía. Y estoy ahí para alentar, para
acompañar, para ver cómo van encontrando su escritura.
Yo soy de los que creen que con la
poesía aprendemos a ser mejor gente. Creo en esa condición humanística de la
poesía. Aunque sean poemas oscuros, el poeta le está dando a esa oscuridad una
forma, un sentido, y eso te permite de algún modo reelaborar algo que puede ser
una experiencia triste. Cada poeta nos enseña a comprender un poco más por qué
estamos acá, para qué. Sobre todo esta idea de la finitud, la idea de que es un
relámpago esto, y que algún sentido tiene que tener.
Un amigo dice que sin amor no se
puede escribir poesía. Sin amor tampoco se puede dar un taller de poesía.
Supongo que generaré algo así como afectuoso o alegre entre la gente, que hace
ver a la poesía no como un lugar de competencia sino como una experiencia vital.
Pero de verdad hay mucha alegría, yo
la paso muy bien, y me gusta generar otras cosas, como un ciclo de lectura, donde
se pueda conocer a otros poetas, ir a tomar algo, ir a comer. Estamos tan solos
en el mundo a veces, tan perdidos, que es bueno encontrar personas y lugares en
los que uno mínimamente no se sienta tan desolado.
¿Cuál
es tu experiencia con los talleres literarios? ¿Hace cuánto que dictás
talleres?
Hace mucho tiempo, 15 años o un poco
más. Me parece que yo era maestro antes de saber nada. Cualquier cosa que yo leía
o aprendía, enseguida se la enseñaba a mis compañeros de colegio o a mis
amigos. Enseguida armaba un aula. Creo que es una vocación, una capacidad de
empatía, de ubicarse en el lugar del otro. Tengo una voluntad didáctica muy
fuerte y una fe en eso. Creo que uno puede aprender mucho y, sobre todo, librarse
de un montón de ideas que solo te ayudan a no escribir. Y es creer que la
literatura es la cosa más difícil del mundo. Lo es; es difícil. Pero en
realidad hay que tener confianza en uno. Yo trato de transmitir esa confianza
en los talleres, y ese amor por la poesía, sobre todo. Cada vez que veo un
poeta, trato de transmitir mi deslumbramiento. Creo que es la única forma de
enseñar.
Panorama
Interzona. Narrativas emergentes de la Argentina, de Elsa Drucaroff (comp.) Buenos
Aires: Interzona Editora, 2012. 310 páginas.
Lucila Rosario Lastero
En
los últimos tiempos han surgido, en el espacio nacional, escrituras cuyos
autores rondan entre los 20 y 40 años y cuyas características estilísticas y
temáticas son novedosas y, en algunos casos, transgresoras. Sin llegar a
conformar un núcleo en el que se identifiquen verdaderos rasgos de semejanza,
se puede observar en estas producciones, sin embargo, algunas herencias
predominantes, que actúan a la manera de ideosemas,
en términos de Cros.
Elsa
Drucaroff ha reunido un grupo de textos que responden a estas características
y, estableciendo continuidad con su anterior publicación Los prisioneros de la torre. Política, relatos y jóvenes en la
postdictadura,ha producido un
“panorama”, como ella misma lo define desde el título, de creaciones
emergentes.La editorial propulsora de
la idea es Interzona, proyecto de reciente aparición, y cuya intención es
difundir literatura nueva e impulsar talentos antes ocultos.
La
selección incurre en la prevalencia de escritores de Buenos Aires, tanto de la
Capital como de la provincia. En sus biografías, se menciona que algunos
llegaron de otros países a integrarse a la vida bonaerense. Se suman a ellos un
escritor de Córdoba, uno de Mendoza, uno de Santa Cruz y dos de Chaco. La
exacerbada presencia de autores de Buenos Aires quizás deje latente el deseo de
que aquella mirada panorámica se hubiera extendido un poco más allá y hubiera
alcanzado a otros autores de provincias.
La
pregunta que sirve de eje a la selección es ¿qué escriben los jóvenes “después
de”? Ese “después de” se detiene básicamente en dos hechos fundamentales de la
historia argentina: la dictadura y la crisis del 2001. La autora explica, desde
el prólogo, que la búsqueda fue hecha considerando a autores nuevos, poco
conocidos, que ya comienzan a sobresalir pero que tienen pocas o ninguna
publicación. También precisa, en su introducción, lo que entiende por “narrativas” y postula el sentido amplio de la
narratividad. En efecto, si bien en la selección predominan los textos
narrativos, también hay poesía, teatro y crítica, y cada uno de ellos presenta
interesantes variaciones a los géneros tradicionales.
Panorama Interzona
se divide en bloques precedidos por un título y una breve explicación de la
temática conductora de los textos agrupados en cada segmento. Los títulos son
fragmentos de canciones de rock nacional -música tradicionalmente asociada con
los jóvenes, con la ciudad y con la política del país- que sugieren diversos
planteamientos. “Divina TV Führer”, “Jóvenes lobos quemándose de amor”, “Cuando
la mentira es la verdad” y “¿Qué escribe en mi pared la tribu de mi calle?” son
algunas de las frases que sirven de bisagra a las diferentes series de textos y
en los que se destaca la presencia de Los Redonditos de Ricota junto a, por
ejemplo, Divididos, Bersuit Vergarabat, Luis Alberto Spinetta. El rock como expresión
de la cultura juvenil y urbana se fusiona entonces con la literatura para dar
pie a ficciones que hablan desde una mirada crítica y abordan la violencia, los
medios masivos, el sexo, el exterminio, entre otros. Estas temáticas
recurrentes y resignificadas, que podríamos identificar como ideosemas, son denominados, ya en Los prisioneros de la torre, “manchas
temáticas” por Drucaroff.
Entre
estas narrativas emergentes transgénicas se destaca por ejemplo el texto de
Bruno Petroni que, en clave de ciencia ficción, se refiere al morbo promovido
por los medios masivos de comunicación con respecto a los cadáveres que
aparecen en la ciudad. Otro interesante análisis de los medios masivos se
despliega en “El casting”, de Sebastián Kirszner, dramaturgo considerado como
uno de los más importantes de su generación y ponderado por Jorge Dubatti.Hay textos que se detienen en las ausencias
familiares, como “Conversaciones”, de Azucena Galettini. Autores como Hugo
Salas y Eva del Rosario escarban en los secretos de la sexualidad y de las
relaciones homosexuales, hasta el punto de revelar la perversidad que ronda en
torno al sexo y sus expresiones. Entre las escrituras que incursionan en
imágenes escatológicas, nos encontramos con “Estaba meando”, de Federico Torres,
poesía provocadora que, además de transgredir la estética propia del texto
poético, incluye a Jesús como personaje, desmitificando completamente la figura
religiosa. Otra poesía desacralizadora es “El gaucho Martín Fierro”, de Oscar
Fariña, que revive en clave de lenguaje de la villa el clásico de José
Hernández.“Rodeo. Monólogo en tres
actos”, de Agustina Gatto, es una obra de teatro que le otorga la voz a un
gaucho nostálgico de tierra extranjera. En “Casa Choff, la lluvia del
invierno”, de Susana Campos, aparece el discurso sobre los montoneros y sobre
sus estrategias de ocultamiento y preservación en la época de la dictadura.
“Locutorio”, de Daniela Allerbon reúne en un mismo escenario urbano, el de las cabinas telefónicas, voces que dan
cuenta de dos conflictos alienantes: la inmigración y la desocupación. Como en
esta selección no faltan tampoco los textos críticos, Sebastián Hernaiz en
“Sobre lo nuevo: a cinco años del 19 y 20 de diciembre” analiza el fenómeno de
la literatura post 19 y 20 de diciembre y Sol Echeverría se refiere a los
textos publicados a partir de los 90 que discuten con el realismo, otorgándole
la impronta metatextual al panorama.El
apartado “Cuando la mentira es la verdad. Narrativas del saber” incluye
escritos que cuestionan el lugar de la teoría y la crítica en el análisis de la
cultura.
Panorama Interzona
es una apuesta a pensar cuáles son las nuevas escrituras que están surgiendo en
Argentina, a partir de un trayecto de lectura que aborda diversos estilos y
núcleos temáticos. Sin duda, este panorama, este punto de vista desde una
ventana, deberá volver a enfocarse dentro de algunos años, para detectar qué
cosas de ese paisaje quedaron, qué cosas siguen brillando -o brillan mejor aún-
bajo el sol de la literatura argentina.
La niña cree en el amigo imaginario, en el Ángel de la Guarda y en el duende del árbol, pero no cree para nada en Papá Noel ni en los Reyes Magos. Sabe que ellos no existen y que sí existen, en cambio, las cuentas que sus papás tienen que pagar. Sabe que tendrá un solo regalo chiquito. Que tendrá regalo, por suerte, y que no puede pedir nada más porque no se puede.
Papá Noel y los Reyes Magos son un invento más de la gente. Por suerte, sí existen papá y mamá y sus sueños de construir la casa propia.
La magia no se acabará por más que los Magos y los Noeles no existan. Ya habrá tiempo para otras fantasías y también para otras desilusiones.
MATÍAS ORTA, crítico de cine y director general del sitio A SALA LLENA, habla acerca del festival.
Foto: Matías Orta
Si
tuvieras que explicar de qué se trata el festival a alguien que escucha la
palabra BAFICI por primera vez, ¿qué dirías?
BAFICI es Buenos Aires Festival Internacional
de Cine Independiente. Si bien desde el comienzo puso énfasis en producciones
cinematográficas que le hacen honor al nombre, con los años el festival fue
incorporando películas que cuentan con respaldo económico (sobre todo, las
internacionales, algunas en carácter de preestreno), aunque conservando la esencia
del principio. Por supuesto, qué es realmente el cine independiente es un tema
que se sigue prestando a debates.
¿Conocés algo de la historia del festival? ¿En qué año surge? ¿En qué contexto
político surge?
El festival comenzó en 1999, durante los
primeros meses de la Alianza en el poder. Pero, sobre todo, apareció en una
época donde el cine independiente argentino venía de cobrar un impulso decisivo
gracias a films como Pizza, Birra y Faso,
Mundo Grúa y, unos años atrás, Rapado. Películas hechas con pocos
recursos por una joven generación que venía de formarse en escuelas de cine
(furor durante aquellos tiempos), que le cambiaron la cara a un cine nacional necesitado
de una renovación urgente. Así que podemos decir que surgió en un momento de cambios
políticos, sociales y culturales.
Según tus conocimientos sobre el tema: ¿Cuáles son las principales estrategias
de inserción y de sustentación en el BAFICI? Es decir, ¿cómo se promueve?,
¿cómo se financia?, ¿qué lugar tiene la prensa y los medios de comunicación
masivos en el festival?
El festival cuenta con apoyo del Gobierno de
la Ciudad y tiene una gran cantidad de sponsors de diversas clases. El nivel de
difusión que tiene es importante; hasta cuenta con afiches en distintos puntos
de Capital Federal, ya que que se desarrolla en cines de esa zona. Por
supuesto, internet y las redes sociales se volvieron cruciales para maximizar
su alcance.
¿Qué
importancia considerás que tiene este festival dentro del campo cultural en el
que se inserta?
El festival se consolidó como uno de los
ámbitos culturales más importantes de Buenos Aires, del país y del mundo. Es una
estupenda oportunidad para ver películas que, en muchos casos, no logran tener
estreno comercial en las salas argentinas, y de presenciar los primeros pasos
de películas que inician un recorrido festivalero. Las largas colas y las
cifras de recaudaciones son una buena muestra de que es un éxito muy
convocante. Por otra parte, como todo festival, permite que cinéfilos y
cineastas se reencuentren o se conozcan, y no pocos proyectos nacen en
contextos de estas características.
¿Qué
podés contarnos con respecto a tu experiencia personal en torno a este
festival?
Mi experiencia siempre fue positiva. Comenzó
en el ’99, como espectador, y en los últimos años fui convocado para escribir
en el Sin Aliento (el diario del festival) y hasta para presentar películas. Puedo
cubrirlo paraA Sala Llena, junto a mis
colegas, escribiendo crónicas, críticas y realizando entrevistas a cineastas
argentinos y del exterior. Los festivales de cine son un mundo aparte, una
dimensión paralela (el cine, desde ya, es así), y el Bafici tiene un lugar
especial en mi carrera y en mi vida. Ojalá siga de esa manera.
El lunes 26 de julio de 2010, a las 20 horas, se presentó en la Casa de la Cultura de Salta la novela EVA PERÓN, ALUMNA DE NERVO, de la consagrada escritora salteña Liliana Bellone. En esa oportunidad, Susana Quiroga y yo fuimos las encargadas de decir unas palabras sobre la obra.
En el año 2014, la novela se tradujo al italiano, transformándose así en la primera novela salteña traducida y publicada en Italia, bajo el nombre EVA PERÓN, ALLIEVA DI NERVO.
Aquí, lo dije sobre la novela en aquella oportunidad de la primera presentación.
Unas palabras para la presentación del libro EVA PERÓN, ALUMNA
DE NERVO,
de Liliana Bellone
por LUCILA LASTERO
¿Cómo narrar la historia nacional desde las posibilidades de la ficción? Y ¿cómo narrar en torno a un emblema, un símbolo, como lo fue Eva Perón?
La novela de Liliana Bellone nos invita, desde el título, a inmiscuirnos, como espías de la historia y, a la vez, como los lectores más autorizados, en el mundo de uno de los personajes de mayor significación en nuestro pasado como argentinos.
Es sabido que el ser humano siempre tuvo interés por la historia, ya que en ella ve las raíces que lo vinculan con su presente y le permiten proyectarse hacia un futuro. Se ha dicho también que, el elemento histórico se conjugó con la imaginación desde lejanos tiempos en la literatura latinoamericana, y ya desde las Crónicas de Indias.
Desde siempre, hubo también interés por los relatos, desde los relatos ficcionales contados alrededor del fuego, las fábulas, los mitos, hasta los relatos actuales que nos llegan en forma de páginas web, el cine, la televisión o el clásico libro. La teórica Diana Battaglia afirma que de todos los tipos de discursos, el relato se distingue, justamente, por el uso privilegiado que hace de la función referencial, por el poder que tiene de hacer surgir, más allá de los signos, un universo de seres, objetos y acciones. Con los relatos nos conmovemos, nos identificamos, reflexionamos.
Liliana Bellone nos ofrece en esta novela, una trama en la que relato e historia se entretejen para dar nacimiento a una producción en la que la ficción nos habla con los rostros de la historia.
En la primera página, ya en una “advertencia al lector”, la autora nos da la bienvenida anticipando que la trama es reconstruida a partir de otras tramas, los relatos narrados anteriormente por un poeta de nombre Joaquín de Genaro, y alertándonos, además, acerca de considerar ese frágil hilo que separa la ficción de la realidad: “En varios de nuestros encuentros, De Genaro me sorprendió con una extraña historia acerca de Eva Perón, a quien había conocido, una historia que, hasta hoy, no sé si corresponde a la realidad o fue producto de su afiebrada imaginación". Es un texto que nos lleva a reflexionar sobre los avatares de la realidad y la ficción, y sobre la metaficción y las formas del llamado “texto dentro del texto”, ya que por momentos asistimos, desde la propia estructura de la novela, al relato del mismísimo Joaquín, que nos habla sobre el proceso de creación de un texto sobre Eva, que será a su vez escritura de otras escrituras, logrando el efecto de las reescrituras múltiples e infinitas.
Esta estrategia, la de los lazos intertextuales, la de vincular un texto con un antecedente que funciona como soporte, que nos recuerda a Borges y a sus constantes recurrencias a textos apócrifos, nos conduce a pensar, además, en la historia más allá de la historia, nos lleva a difuminar las huellas entre historia y ficción para disfrutar de un relato conmovedor. Porque esta ficción, además de tomar huellas históricas, tiene la particularidad de anclar en un personaje determinante de la historia argentina: Eva Duarte de Perón, sobre quien la historia oficial ha construido anteriormente un universo discursivo de vastas magnitudes.
La pregunta ronda en torno a la historia narrada: ¿Quién fue Eva Perón? Además de ser una figura clave para la Argentina, además de su fama como “abanderada de los humildes”, ¿era Eva una joven de ademanes burdos y poco interés intelectual?, ¿o era en cambio una mujer ilustrada, amante de la poesía y además, comprometida con la causa peronista por poseer bases políticas, cognitivas y artísticas sólidas? La novela de Bellone nos invita a desandar el camino marcado por el hilo de Ariadna que nos conduce a esta segunda posibilidad, a la de lograr ver a la Eva interesada en los mecanismos más sublimes de la palabra, en la poesía, como forma de pensamiento y de vida. En este texto, la Eva conductora de multitudes, sigue a su vez los pasos del universo poético de Nervo, y se deja llevar por la palabra, que actuará como fundamento espiritual y cognitivo de sus acciones. Pensar en el amor por la poesía en una dirigente política tan temperamental, nos llevaría a justificar lo que afirmaba Platón, cuando decía que sólo los espíritus interesados en el arte podían ser efectivos dirigentes de un Estado.
Liliana Bellone, férrea lectora de Borges, ahonda en el pensamiento de este autor argentino por medio de los fragmentos de la novela referentes a la imposibilidad de averiguar la verdad histórica, el carácter cíclico e imprevisible de la historia.
Fiel a su propio estilo narrativo, el que pudimos admirar en otras novelas como Fragmentos de siglo o Augustus, Bellone nos lleva a escuchar los susurros y gritos de múltiples voces, como las voces de Evita, reflexionando sobre su historia familiar y su futuro, la de Perón, llamando “Chinita” a Eva, la de Joaquín de Genaro lamentando a su amor imposible, la de Elisa Duarte recordando a su hermana, la de Juana Ibarguren rememorando a su hija. Y entre ellos, aparece también la voz, por supuesto, de una de las protagonistas principales de la novela: la poesía. La poesía de Nervo, pero también la de Rubén Darío, la de Santos Vega, la de tantos otros poetas de la literatura universal.
Esta novela es un verdadero palimpsesto de autores y lecturas, pero también de géneros, ya que en ella se hace presente el formato de la poesía de autor, de la canción popular, de la obra teatral, del discurso académico propio de la enseñanza escolarizada de la época...
El teórico White, por ejemplo, es uno de los que afirma que se puede producir un discurso imaginario sobre hechos reales, que no por eso será menos “verdadero” por ser imaginario.
Para terminar, considero útil recordar las palabras de Hemingway en el prefacio de París era una fiesta: “Si el lector lo prefiere, puede considerar este libro como una obra de ficción. Siempre cabe la posibilidad de que un libro de ficción deje caer alguna luz sobre las cosas que antes fueron narradas como hechos”.
Seguramente el lector de Eva Perón, alumna de Nervo, advertirá, durante el proceso de lectura, la fuerza de esa luz que cae sobre los hechos del pasado con el fin de reinterpretarlos. Y podrá ver, además, esa luz del escenario por el que caminará nuevamente Eva Perón, quien, a través de su actuación en esta lograda novela, seguramente será la actriz principal y la más aplaudida, otra vez, en los escenarios de nuestra literatura y de nuestra historia.